_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Bolsa como metáfora de la sociedad

Daniel Innerarity

Una antigua tradición ha visto en la economía la base determinante de todo el sistema social; otros la consideran un sustituto de los problemas sociales. Pero, más allá de las concepciones marxista o neoliberal, existe la posibilidad de concebir la economía como una metáfora de la sociedad, es decir, como el campo de pruebas simbólico en el que se registran los cambios sociales y se pone de manifiesto la lógica que gobierna los asuntos de la sociedad.La descripción de una circunstancia económica parece actualmente un retrato de psicología, pues todo se define en términos de confianza, percepción, interés o miedo. Este lenguaje psicologista de los asuntos económicos indica que lo social ha pasado de ser una magnitud objetiva a constituir algo que tiene que ver con el sentido, que el gobierno de las cosas ha sido sustituido por la gestión de las posibilidades. La economía da la impresión de ser algo imaginario y virtual, como esas vivencias subjetivas de entusiasmo o melancolía que terminan produciendo realmente aquello para lo que en principio no había ninguna base objetiva. Así ocurre paradigmáticamente en la Bolsa, donde lo que piensan los inversores que se va a producir termina produciéndose en virtud de esa creencia.

La virtualización de la economía confiere a un conjunto de acciones el estatuto de la irrealidad. La opinión común ingenua se divide entre quienes consideran que es lo único real y quienes ven a la economía como un ámbito ficticio. A estos últimos no les faltan razones. La economía no responde a la realidad comprobable por los sentidos. Se compran cosas que no son realmente transferidas. Los créditos no se solicitan para financiar inversiones sino para financiar deudas. Lo valores no se adquieren para llevar a cabo importaciones o exportaciones sino para capitalizar las diferencias de curso entre la Bolsa de Nueva York y la de Francfort, para especular al alza o a la baja. Muchos de los que intervienen en esas actividades no producen nada que se pueda ver, tocar o gustar; propiamente no empaquetan, transportan, almacenan o reparan nada determinado. Algo tiene que ver esto con el hecho de que los mayores crecimientos económicos tengan lugar en el mercado financiero y en el negocio inmobiliario.

La virtualización es una metáfora muy rica para explicar lo que ocurre igualmente en otras esferas sociales. El hecho, por ejemplo, de que el dinero se haya situado más allá de las categorías de lo estático y lo dinámico es un indicio de que la sociedad se constituye en espacios virtuales o imaginarios que nada tienen que ver con el ordenamiento espacial típico de la sociedad industrial. La sociedad del riesgo se caracteriza, entre otras cosas, por su invisibilidad: muchos de los nuevos riesgos (catástrofes nucleares, modificaciones climáticas, exclusiones sociales, nueva pobreza, manipulaciones genéticas) se sustraen a la capacidad de percepción inmediata. Se trata de nuevas amenazas que no son detectables por los afectados, en ocasiones debido a que los efectos sólo se harán visibles en los descendientes. Pero lo que se escapa de la percepción no deja por ello de existir; su inadvertencia puede suponer un mayor grado de peligrosidad. Los riesgos son también invisibles por el hecho de que a menudo las causas no son verificables empíricamente. La complejidad de relaciones entre los diversos agentes de la economía, el derecho o la política hace casi imposible en una sociedad compleja aislar causas únicas y establecer responsabilidades. A la división del trabajo le corresponde una complicidad generalizada y, en cierto sentido, una confusa irresponsabilidad. Es una de las molestias típicamente contemporáneas aquella que procede de no saber dónde está la causa o cuál es el culpable de un determinado acontecimiento, lo cual es especialmente ofensivo mientras las ciencias positivas disfrutan de una sobrada seguridad en la determinación de los nexos causales, como experimentan a diario y con irritación los economistas.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Esta circunstancia explica otro corolario que acompaña a la complejidad de lo económico en nuestra sociedades. Las posibilidades y las amenazas de la civilización constituyen un nuevo reino enigmático comparable con los dioses y demonios de otras épocas que cautivaban o amenazaban la vida del hombre sobre la tierra. En las cosas ya no se ocultan espíritus sino posibilidades comerciales, radiaciones o contenidos tóxicos. Con la sociedad del riesgo comienza una era especulativa de la percepción, traducida en la terminología económica como un poder de adivinación que ve cosas tan etéreas y reales a mismo tiempo como lo puedan ser una recesión o un coste de oportunidad. Tal vez esto explique por qué hay tanta superstición en las bolsas. La aparente racionalidad financiera es perfectamente compatible con la existencia de un Astrological Investor en Internet, boletines de astrología bursátil y un buen número de adeptos a los horóscopos financieros. En el otoño de 1996 se produjo un escándalo inédito en la calculadora City londinense: nada menos que la tesorería del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo reconoció haber utilizado regularmente los servicios de un astrólogo para prever la evolución de los mercados financieros.

La sociedad del riesgo no es una sociedad revolucionaria, sino catastrófica: la Bolsa es una catástrofe cotidiana, con sus pánicos, atascos, comportamientos contraintuitivos, o sea, problemas producidos por la conducta que pretendía impedirlos: el atasco de los que tienen prisa, la ruina de los que no quieren perder, el engaño que sufren los desconfiados... Lo que reflejan las cotizaciones no son hechos económicos sino expectativas sobre desarrollos futuros. Están llenas de profecías que se auto-cumplen, pánicos que producen lo que se temían, optimismos infundados que acaban generando su fundamento. Dicho paradójicamente: la Bolsa expresa la opinión de mucha gente acerca de la Bolsa. En este sentido, el mercado de valores es irreal si entendemos por "realidad" la dependencia del sistema "mercado de valores" de un sistema fuera de sí mismo. Pero el mercado financiero es lo máximamente real si entendemos por realidad el diálogo del hombre con sus propios productos y condiciones.

La Bolsa es entonces una metáfora adecuada de la realidad en lo que tiene de semidisponible para el hombre. Como la sociedad, la Bolsa es resultado de las acciones humanas sin ser una realidad sometida a su control. La categoría más pertinente para comprender estas realidades es la de contingencia. Son asuntos que no carecen de lógica, aunque se resisten a ser gobernados. La eficacia de las tecnologías y procedimientos que se han desarrollado para dificultar un hundimiento traumático de las cotizaciones no consiste en excluir completamente esa posibilidad, sino en hacerla más inverosímil.

Bajo las condiciones actuales, la política no puede ser otra cosa que precisamente esa gestión de la verosimilitud. Tras la furia desreguladora y su brusca rectificación proteccionista de los últimos años, lo que ha quedado es un espacio que ni se autorregula ni se pliega a nuestro control autoritario. No estamos absolutamente entregados a la necesidad económica, en cuyo caso las cosas serían más fáciles. El determinismo fatalista -en versión pasiva o intervencionista- no está a la altura de la actual complejidad económica. La sociedad es un espacio de negociación con posibilidades y la Bolsa es su metáfora.

Daniel Innerarity es profesor de Filosofía y miembro de la Asamblea Nacional del PNV.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_