Pérez Estrada, ladrón de atardeceres
Un escritor inadvertido, escribía en las páginas de la revista Camp de l´Arpa -en 1.972 y refiriéndose al desvalijador de crepúsculos que es Rafael Pérez Estrada- un poeta y crítico literario también por entonces incógnito, Rafael Ballesteros. Ambos se conocieron en Málaga, porque en esta ciudad, en fechas diferentes apenas en un guarismo (1.934 es la Pérez Estrada), nacieron los dos quizás por seguir los consejos de Cervantes: "En málaga nacido..." -dicho sea de paso, en un pueblo de Málaga, Ardales, fuera procesado el padre de Don Quijote por lagartear con mulas en su otro oficio de tratante en bestias-. Desde Málaga, decía, ya creciditos y concluido el bachillerato con los Agustinos, los dos enfilaron la carretera de los Montes en dirección a la Universidad de Granada; uno, Ballesteros, para licenciarse en Filosofía y Letras, el otro, Pérez Estrada, para hacer lo mismo en Derecho. Es de suponer, pues, que estos por entonces jóvenes e inquietos vates coincidieran, puestos en la contemplación extasiada del oro del ocaso en la Carrera del Darro, murmurando para sí los primeros versos que cualquier estudiante aprende a recitar recién llegado a la ciudad de las tortillas al Sacromonte: "Qué bonica está Graná/ con la Alhambra iluminá/ y el cielo lleno de estrollas/ ¡Cuchi, qué pollas!". Después de tan dantesco homenaje a Soto de Rojas, y ya licenciados, Rafael Ballesteros partió para tomar posesión de su cátedra de Lengua y Literatura en el instituto de Gerona, pasando por varias experiencias docentes -amén de las inevitables oposiciones- en otras tantas universidades norteamericanas -o sea, como hay que pasar-, y Rafael Pérez Estrada -nuestro perfilado de hoy, por más que hasta ahora no lo parezca- volvió a Málaga para instalarse definitivamente en su despacho de abogado matrimonialista y acuñar, a base de pirulas canónicas con forma de nulidades y separaciones eclesiásticas -no existía por entonces la actual Ley del Divorcio-, un lema que evidencia su manifiesto éxito profesional: "Lo que Dios ha unido, únicamente lo separa Rafael Pérez Estrada". Transcurrido dos años, más o menos, entre puñetas, togas y conjuros sobre el tocho del Código Canónico, nuestro hombre da el pingo y se monta en el supremo de la poesía: 1968, Rafael Pérez Estrada publica en la imprenta Dardo, de la mano siempre generosa de Ángel Caffarena (el editor de Cavafis y de Guillermo Carnero y de Pere Gimferrer y de toda la poesía contemporánea, española y no,) su primer libro de poemas -¡jo!, no sé si será ortodoxo así encasillarlo-, "Valle de los galanes", al que le van siguiendo muy pronto otros volúmenes de teatro, narrativa y más poesía; aunque, insisto, lo de los géneros literarios es un tema en absoluto ajeno a la obra de Pérez Estrada, vanguardista donde los haya tanto en el contenido como en el continente, que suele mezclar en el mismo texto la pintura con la literatura, y, desde esta última, el aforismo hilarante con la lírica más delicada, pasando, ¡cómo no!, por la pieza teatral a punto de desencajarte las mandíbulas a carcajadas, o lista para ponerte tan de los nervios como un enfermo hepático que rondase una rodaja de chorizo de Cantimpalo. Prolífico hasta la exuberancia - bendito sea por ello, en su caso y sólo en el suyo-, Pérez Estrada ha publicado durante los trece últimos años -período en el que por dos veces quedó finalista del Premio Nacional de Literatura, en 1.986 y 1.988, y en el que peroró su obra por todos los lugares del universo-mundo obligados para un escritor ya requerido en sociedad- más de veinte volúmenes, de los que me permito escoger los que a continuación cito: Libro de horas, Conspiraciones y conjuras, Siete elegías mediterráneas como siete pecados capitales, Bestiario de Livermoore, Breviario, Libro de los espejos y las sombras, Jardín del unicornio, Inventario de gemas crueles, La ciudad velada, Tratado de las nubes, Los oficios de sueño, La noche nos persigue, La sombra del obelisco, El domador, Ulises, o libro de las distancias -su primera novela, que se sepa-, El vendedor de logaritmos, Pequeño teatro y El ladrón de atardeceres. O sea, aquel "escritor inadvertido" de 1972 es ya otro y el mismo; éste que ahora comienza a recoger en vida el reconocimiento de lo que a lo largo de toda su existencia ha ido derrochando en su literatura y en la totalidad de sus actos cotidianos: inteligencia, elegancia, lucidez y amistad. Así que quienes tenemos la suerte de frecuentar su compañía sabemos que nuestras vidas serían más grises y anodinas sin el lujo de su presencia. Quienes enriquecemos nuestro patrimonio cultural a costa de la lectura de sus libros no ignoramos que este ilustrado es el progenitor literario de gran parte de la poesía española más y menos joven. El ladrón de atardeceres, último libro publicado, de Rafael Pérez Estrada (Plaza & Janés, selección de José Ángel Cilleruelo), confirma la presencia y la influencia en la literatura española última de este heterodoxo convencido de que el único valor es la universalidad del conocimiento. Quizás animado por ese impulso socrático, a la caída de la tarde del próximo miércoles Rafael presentará su libro en sociedad. Será en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento de Málaga, un lugar destinado a las grandes ceremonias municipales y a las bodas civiles de los ciudadanos malagueños. Allí, un libro y su autor se darán el sí definitivo. ¡Qué vivan los novios!
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