El abucheo inicial
La violencia en el fútbol empieza cuando el equipo visitante salta al terreno de juego y todo el estadio le abuchea. Ahí se retrata cada domingo en miles y miles de gargantas la falta de respeto al rival, la ausencia del gusto por el juego y la endeblez del espíritu deportivo. No hay que acudir a la conocida teoría sobre el efecto mariposa para saber que costumbres como ésa representan sólo el principio de la cadena que acaba en el navajazo. Estas actitudes que empiezan de un modo irreflexivo, casi por costumbre, instalan en las cabezas más huecas de la afición el gusto por denigrar a quien osa jugar en contra del equipo de casa, y con ello la idea del estadio propio como feudo medieval donde el forastero carece de derechos.Hay muchos ejemplos de violencia expresa que la grada raramente sabe atajar: el minuto de silencio que se viola con gritos fascistas, la frase del directivo que alienta a vulnerar las reglas del deporte, el canto del Viva España cuando se juega contra vascos o catalanes, los insultos a España cuando la situación se invierte, el runrún despectivo contra el jugador negro que lleva el balón, el insulto coreado contra el autocar del rival, los símbolos nazis que portan algunos jóvenes que ni siquiera saben en qué época vivió Hitler. El aficionado convive con todo esto, generalmente mirando hacia otro lado. Sin pública reprobación inmediata de la insensatez. Sólo de vez en cuando un estadio reacciona con silbidos frente a estas actitudes, y para eso hace falta que se haya derribado una portería y se produzca la consiguiente sanción de la UEFA. Incluso podemos dudar si se reprocha el hecho en sí mismo o más bien el haber dado una disculpa a esos jueces extranjeros que nos tienen tanta manía.
El próximo domingo, la Real Sociedad saltará al césped del estadio Santiago Bernabéu para participar en lo que debe ser cada jornada una fiesta del fútbol: un partido emocionante que congrega a miles de personas, cada una con su jugada ideal en los sueños. El estadio madridista tendrá en ese momento dos opciones: acudir al abucheo inhóspito habitual o romper el silencio con una ovación de homenaje a la afición noble de un equipo noble, y sentir vergüenza por los brazaletes negros, y dejar bien sentado que las gentes de bien que hay en el fútbol ya nunca más tolerarán a los intolerantes.
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