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El miedo impide la asistencia de los gitanos a la concentración contra el linchamiento de Natzaret

Delante del crespón negro y los dos cirios encendidos en la plaza de la iglesia de Natzaret, en Valencia, apenas había gitanos. La gran mayoría de los 500 congregados en la tarde de ayer en memoria del bebé atropellado y el camionero linchado el viernes en esta barriada portuaria eran payos. No acudió ningún representante de las asociaciones gitanas por miedo a que se debordase la tensión y su presencia causara incidentes porque "la sangre aún está muy caliente". Lo que se había convocado como un acto de reconciliación se quedó en una protesta vecinal contra las drogas y la inseguridad.

"No vamos a Natzaret porque la gente lo puede interpretar mal, por si acaso...", decía ayer, preocupado, el vicepresidente de la asociación gitana de Valencia, Juan José Castellón, convencido de que su presencia en la concentración silenciosa podría soliviantar los ánimos de algunos vecinos. "No hay que precipitarse, iremos al barrio más adelante", prometía. A pesar de todo, el colectivo gitano está decidido a "apostar fuerte" para pacificar el barrio, consciente de que en la situación actual "si se enciende una cerilla puede explotar todo". Un dirigente gitano recuerda, ofendido, la consulta que le hizo un amigo hace poco:"Si atropello a un niño gitano, ¿qué hago?, ¿paro?".

"Los que mataron a las niñas de Alcàsser eran payos y a pesar de eso yo estoy hablando contigo", le replicó indignado.

De haber asistido a la plaza de Natzaret, población de unos 6.000 habitantes, habrían escuchado comentarios despectivos para la etnia gitana como los que profería un joven que decía llamarse Pepito: "¿Has visto cómo han masacrado al pobre camionero? ¿Cómo les van a dar trabajo con la gentuza que son?".

Minuto de silencio

A las siete y media, los asistentes a la concentración guardaron un minuto de silencio en memoria de las dos víctimas y posteriormente la presidenta de los vecinos de Valencia, Carmen Vila, leyó un comunicado redactado por los colectivos ciudadanos del barrio en el que mostraban su "profundo dolor" por las dos muertes, su deseo de que no vuelva a repetirse jamás un suceso similar en ningún barrio de la ciudad y su convencimiento de que "la Justicia andará su camino y las autoridades cumplirán con su obligación" para resolver el caso.También aprovechó para decir que "todo el peso" de la pacificación del barrio está recayendo sobre las asociaciones vecinales ante la pasividad de las autoridades. En el manifiesto se denunciaba, además, que la imagen que se ha dado del barrio "no corresponde a la realidad", para sacar a la luz las carencias históricas de la zona y prometer reuniones para "restaurar la seguridad".

La gente escuchó en silencio y premió a Vila con una cerrada ovación cuando se saltó el guión previsto para gritar: "Que se acaben el tráfico de drogas y de armas, y las peleas ilegales de perros y gallos en Natzaret". El padre del bebé arrollado, José Muñoz, El Sordo, que se ha confesado culpable del linchamiento del camionero, es sospechoso, según la policía, de tráfico de drogas.

Antes de marcharse, los representantes de todas las asociaciones juntaron sus manos para escenificar que estaban "todos a una" y Vila ironizó sobre la ausencia de la alcaldesa, Rita Barberá, del PP. "Aquí falta una persona, la alcaldesa, que está disfrutando del puente y ha dejado a Natzaret abandonado a su suerte", criticó, correspondida por fuertes aplausos. La Policía duda de la inseguridad del barrio: "En noviembre sólo se han denunciado un tirón y dos sirlas (robos con descuido)", responden. Francisca Carmona, de 54 años, siente "mucha rabia" porque "no hay derecho a que cojan a un hombre [el camionero muerto, Antonio Civantos] entre varios y le hagan eso". Su marido le aconsejó que no acudiera al acto, temeroso de que acabara con jaleo. La amiga de Francisca, Pepi Miguel, de 46 años, cree que "a la mínima" pueden producirse enfrentamientos y se queja de que están "desamparados". "Si pasa algo, ¿a quién acudes?, apenas tenemos policías", protesta, y recuerda lo abandonados que se sintieron hace dos meses cuando al hijo de una vecina le apuñaló un payo en el bar de la esquina.

Ataviada de negro y recostada en un banco de la plaza, Antonia Jiménez, de 58 años, una de las escasas personas de etnia gitana que acudió al acto no teme que se produzca ningún brote racista. "No hay derecho a que traten a Natzaret como lo están haciendo, nos han llamado cherokees y aquí somos todos una piña: payos, gitanos, moros y negros, todos convivimos en paz". Asegura que la familia gitana del bebé atropellado "nunca se había metido con nadie". Pero la mayoría de los que se concentraron ayer, como José Ribes, de 80 años, simpatizaban con el camionero muerto, culpaban a la familia Muñoz de dejar al bebé solo en la calle de noche y clamaban contra los "traficantes de droga que viven en chalés que no tienen ni los ministros".

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