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El largo adiós

El XV Congreso del Partido Comunista de España (PCE), celebrado el pasado fin de semana en Madrid, transcurrió bajo los signos del sosiego y la continuidad; sólo la virulenta embestida contra la actual dirección de Comisiones Obreras, acusada de los más nefandos pecados (represora, antidemocrática, burocrática y entregada a la patronal y a los Gobiernos de turno) rompió el tono apacible de la reunión y recordó las tradiciones inquisitoriales de los partidos de la III Internacional. Tras casi once años de mandato, Julio Anguita cede la Secretaría General a Francisco Frutos, pero sigue en el Sancta Santorum de la cúpula jerárquica y retiene el liderazgo de Izquierda Unida (IU), la coalición electoral controlada por el PCE en la que participan algunos grupúsculos (como el Pasoc) encargados de dar falso testimonio de su pluralismo interno.El tiempo dirá si Anguita aspira o no -para decirlo con tropos monárquicos tan de su gusto- a convertirse en el poder detrás del trono, a ser un hacedor de reyes y a exigir vasallaje al PCE desde la presidencia de IU. Ciertamente, las experiencias de bicefalia en los partidos han sido hasta ahora decepcionantes. Los roces entre Almunia y Borrell tras las elecciones primarias del PSOE constituyen un episodio menor en la historia de los desencuentros entre diunviros: Garaikoetxea fue defenestrado por Arzalluz en el PNV, Carrillo terminó siendo expulsado del PCE por Gerardo Iglesias y Antonio Hernández Mancha no le duró ni un asalto a Manuel Fraga como presidente del PP. A diferencia de Anguita, que llegó a la dirección del PCE gracias a su éxito como alcalde de Córdoba y sin historial antifranquista, Frutos - secretario general del PSUC antes de su estallido- es un veterano opositor a la dictadura, un antiguo dirigente sindical y un hombre de aparato: no será fácil la coexistencia entre dos trayectorias pertenecientes a culturas político-ideológicas tan distintas.

La caída del muro de Berlín en 1989 y la descomposición de los sistemas de socialismo real tras la quiebra de la antigua Unión Soviética han llevado a muchos comunistas a replantearse la viabilidad de un modelo de organización político-social alternativo a la economía de mercado y a la democracia representativa. La Gran Guerra, la crisis de 1929 y el ascenso del fascismo habían concedido plausibilidad a la hipótesis según la cual los fallos del mercado, causantes del desempleo y de la pobreza, no tenían mas cura que su sustitución por la propiedad pública de los medios de producción; los hechos han demostrado, sin embargo, que el remedio fue peor que la enfermedad: los fallos del mercado son menos catastróficos que los fallos de la economía colectivizada y pueden ser corregidos parcialmente por la intervención del Estado. Tampoco la alternativa a los fallos de la democracia, considerada durante los años treinta como la antesala del fascismo, ha resistido la prueba de los hechos: las dictaduras soviéticas han reprimido las libertades en beneficio exclusivo de la nomenklatura.

El sector mayoritario del que fuera en su día el PC italiano y los ex comunistas de Polonia, Chequia y Hungría han sabido extraer las consecuencias de esa dolorosa experiencia y aceptan hoy los postulados de la socialdemocracia. Los actuales dirigentes del PCE, sin embargo, mantienen la fidelidad a las viejas creencias, acusan de traición a sus camaradas descarriados y reivindican en exclusiva la memoria de la lucha contra la dictadura. Es cierto que el PCE fue el partido de los fusilados bajo el franquismo, y no el partido de los fusiladores como ocurrió allí donde los comunistas tomaron el poder. Pero, aun siendo cierto que al XV Congreso asistieron personas tan admirables como Simón Sánchez Montero, muchos otros comunistas españoles que pasaron por las cárceles o padecieron el exilio durante el franquismo no militan ya en el PCE: se afiliaron al PSOE (como Múgica), fueron ministros con González (como Jorge Semprún), militan en formaciones políticas expulsadas de IU (como Iniciativa per Catalunya y Nueva Izquierda) o escriben sus memorias (como Carrillo). ¿No es simplemente obsceno que los actuales dirigentes del PCE intenten apoderarse en exclusiva -como si fuese una plusvalía política- de la memoria de los muertos y de los presos en la lucha antifranquista?

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