Adán y Aznar
Paseábase el buen Dios con el frescor de la tarde. Así empezaba, más o menos, aquel poema de Perico Beltrán en el que se ofrecía a los asiduos escogidos del Café Gijón cumplida cuenta del franquismo. Memorables versos de esperpento dedicados a algunos de los momentos estelares de la dictadura entonces vigente, la misma que celebraba el crimen en aquella avenida todos los años, según alcancé a escuchar al mejor Carlos Oroza. El poema se hacía eco después de la manifiesta preferencia del almirantazgo, instalado aquellos días en el poder, por la opción de que todos muriéramos víctimas del holocausto nuclear antes que exponernos a los peligros de la convivencia degradante con los esclavos sin Dios. Eran momentos imperiales en la mejor línea de continuidad con el inquilino de El Escorial, ahora glorificado en su IV Centenario, quien tenía declarada ya en el siglo XVI su incapacidad para reinar sobre herejes.Pero entre aquellos paseos por los jardines del Edén -que Franco imaginaba tanto en sus sueños como en sus entradas bajo palio a las catedrales y hasta en la acuñación de sus monedas con la leyenda "Caudillo de España por la gracia de Dios"- y las realidades constitucionales, que a todos nos amparan, cuyo 20º aniversario conmemoramos, fueron necesarias muchas gentes que defendieran las libertades con toda gallardía y grande riesgo. A todos ellos, así como a los artífices del consenso del 78, debe rendirse abierto reconocimiento evitando desde el actual poder cualquier pretensión adánica porque resulta insufrible. Recordemos que para llegar aquí fueron necesarias muchas contribuciones, que es obsceno ocultar en un acto de prestidigitación tan inválido como penoso. La solemnidad del día 6 debería inducirnos a reflexión para evitar actitudes que aumenten los efectivos de la "Asociación Blanco White de víctimas del ninguneo" en la que Rafael Sánchez Ferlosio se ha negado a ser incluido.
A partir de ahí, advierto por última vez a José Borrell que, si aspira a sostener sus posibilidades electorales, de ninguna manera debe pedir el ingreso en semejante cofradía. Ni siquiera tras las declaraciones del presidente del Gobierno, José María Aznar, el domingo, durante la recepción festiva del Congreso. Porque fue allí donde, tras confiar a los periodistas el título del libro que anda leyendo, Genealogía del liberalismo, respondió a la pregunta de para cuándo llamará a Borrell diciendo que "cuando acabe de leer el libro". Pero a tanto desaire se ha llegado como resultado contraproducente de aquellas desafortunadas quejas borrellianas reclamando la condición de visitante socialista de La Moncloa. Pero, vamos a ver, ¿es que a Borrell le suscita aún alguna curiosidad aquel recinto después de tantos años de visitarlo durante la primera transición y los 13 años de Felipe González?
¿Nadie ha explicado a Borrell que al declarar sus pretensiones de visitante está concediendo al inquilino todas las ventajas? ¿Dónde está escrito que el necesario diálogo entre el Gobierno y la oposición deba celebrarse en la residencia del primer ministro? Cuánto mejor, cuánto más equilibrado que esos encuentros se hicieran en la sede del Congreso. Así se acabarían todas esas minucias pautadas para desestabilizar al huésped, que se traducen en salir a su espera, en aguardarle a la puerta, en saludarle al pie de la escalera, en despedirle ante los periodistas o en todo lo contrario. Además, la caída de la hoja en aquellos jardines monclovitas obliga a ir vestido para la ocasión otoñal porque favorece la fotografía propia de las colecciones de ropa, tan bien lograda, reconozcámoslo, en el reportaje de Álvaro Felgueroso y Gloria Rodríguez que ilustra la entrevista concedida a El Suplemento Semanal.
Por último, llegados aquí, agradezcamos a Aznar su vocación declarada y recordemos aquellos tiempos en que todo entrevistador del presidente anterior, González, era sospechoso de afinidad inconfesable, en que toda pregunta era signo de obsequiosidad y en que toda distancia era insuficiente. Ahora soplan otros vientos de placidez, como los del sábado en Informe semanal, y nadie plantea objeción alguna. Parafraseando a Heissenberg, se comprueba que no conocemos al presidente Aznar, sino al presidente Aznar sometido a estos modos de interrogarle. Pero, ante el sarpullido de corrupciones que afloran en la gestión del PP sin que nadie salga al quite, anticipamos nuestro rechazo a quienes vengan después como los socialistas diciendo aquello de "no estábamos preparados para descubrir sinvergüenzas en nuestras filas". Basta de ingenuidades, que esa especie anida incluso en el Colegio Cardenalicio.
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