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Tribuna
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Mesías

Alegrémonos en el Señor, hermanos, el camino hacia el reino de los cielos -que está en Madrid, más precisamente en La Moncloa- se vio allanado el jueves 3 de diciembre gracias a los ímprobos esfuerzos de dios padre José María y de su hijo adoptivo Eduardito, que al imponerse sobre las fuerzas del Mal, sin reparar en gastos y sólo pensando en el Bien, lograron regalarle al pueblo elegido la autovía que lo hará libre por fin. Era un primor ver a Eduardo Zaplana dándose importancia ante las cámaras y capitalizando para su partido la totalidad de una autovía que, en gran parte, fue obra de la anterior administración. No es que uno se haga muchas ilusiones sobre lo que hubiera pasado de haber sido al revés (los políticos son políticos y tienen mal arreglo), pero es que hay personajes capaces, en poco tiempo, de batir todas las marcas del autobombo, de vender futuro como si fuera presente y de empequeñecer con sus palabras vanas al mejor anuncio publicitario de Chanel. El presidente de la Generalitat Valenciana es el paradigma actual del sacamuelas de feria: aturde con su verbo -que es divino, puesto que requiere de la fe-, refuta al adversario con un palique tangencial que incluye siempre elogios apasionados a la democracia, responde astutamente con preguntas a las preguntas de la oposición (lo cual quiere decir que nunca responde), defiende a los de su tribu por muy hasta el gañote que estén en chanchullos millonarios y, si eso fuera poco, al compás chispeante de su varita milagrosa, todo lo que toca se convierte en oro virtual para los ciudadanos que lo votan y en oro real para los que lo sostienen, esos numerosísimos empresarios que acudieron, cual rebaño y sin pestañear bajo la lluvia helada que caía en la meseta, dispuestos a escuchar de la boca del maestro el equivalente al sermón de la montaña, que aquí podríamos llamar, si la blasfemia no es demasiado grande, el sermón del embalse de Contreras. Comenta San Mateo en su evangelio, poco después de las bienaventuranzas, que "al fin, habiendo Jesús concluido este razonamiento, los pueblos que le oían no acababan de admirar su doctrina, porque su modo de instruirlos era con cierta autoridad" (7: 28 y 29). Eso mismo podría afirmarse del mesías que nos ha nacido en el País Valencià, sólo que éste es más lagarto y no lo crucificarán, porque utiliza la fuerza hipnótica de la televisión, pagada por todos pero puesta a su exclusivo servicio. Con vistas a la ceremonia se llevó consigo la infraestructura completa de TVV y no sería de extrañar que mañana reviente las encuestas y deje aún más lejos a Romero. Tras hacer impunemente la higa a la romanística mundial y obtener que los criterios científicos del origen de una lengua pasaran a ser considerados asunto dirimible a través del voto, ya nada parece asustarle. Pero su reino no es de este mundo, no es el Reino de Valencia. Su reino es el cielo. ¿Y dónde está eso? Pues ya lo he dicho al principio, en Madrid, que es donde nuestro murciano piensa terminar el día de mañana: Cartagena, Benidorm, Valencia y La Moncloa, y tiro porque me toca. Además, no será necesario, como con Jesucristo, decir que subió a los cielos. Simplemente que hizo el trayecto en coche oficial, viajando por su autovía.

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