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DE CUERPO ENTEROJOSEP BEVIÁ

De la odisea al Congreso de los Diputados

En 1993, y qué de aleluyas, Josep Bevià tomó asiento a la diestra del adusto hondero balear Félix Pons, y se invistió con una túnica, de tejido transparente y copelas rúbeas, en su cargo de vicepresidente primero del Congreso de los Diputados; le seguía, en orden jerárquico, el capitán auditor de la Armada, Federico Trillo. Tres años después, todas las urnas tocaron arrebatadamente a gloria y José María Aznar ascendió a La Moncloa. Los leones fundidos con el bronce de los cañones rifeños de la Carrera de San Jerónimo ya no gastan en salvas la pólvora que no tienen, ni siquiera se incomodan, a sus años, con las periódicas mudanzas de sus interinas señorías: Félix Pons, socialista de airado sobrecejo, entregó la presidencia del poder legislativo al conservador Federico Trillo, opusdeista dialéctico y de irónica elocuencia; y el catedrático Josep Bevià tomó el portante y desfiló, con la dignidad y toda la prestancia de un purpurado, de la primera a la cuarta vicepresidencia, donde la algoritmia electoral le había reservado destino y asiento al calor del debate. Josep Bevià, desde las aulas de un Instituto de Enseñanza Media, emprendió la búsqueda del vellocino de oro que encendería el alumbrado público de las libertades. Pero con tantas prisas y tan escasa experiencia política, reclutó una tripulación del tercio familiar y se embarcó en una concejalía de flete franquista. La aventura se frustró: el dragón que vigilaba los dominios de la dictadura no le permitió navegar más allá de los límites de una democracia orgánica. Detrás de aquellos límites, el caos, la conspiración y la hidra moscovita. Josep Bevià, decepcionado, regresó a su tarima profesoral. Pero persistió en el empeño, hasta descubrir a los argonautas de la Unitat Socialista, un grupo expedicionario que capitaneaban Joan y Vicent Garcés. Y así, el 15 de junio de 1977, conquistó, por fin, el vellocino de oro, en el cucurucho de un acta senatorial. Su candidatura, en clave alfabética USPV (PSPV-PSP), recibió los favores de la izquierda de Alicante, que también elevó a la Cámara Alta al poeta Julián Andúgar y al escritor José Vicente Mateo, en unos fastos con mucho de sufragio universal y un leve aroma de juegos florales. Poco después, Josep Bevià desempeñaba la cartera de Cultura, en el primer Consell de la preautonomía valenciana, presidido por Josep Lluís Albiñana, y en el que fichaban, entre otros, Joan Lerma, Antonio García Miralles y Manuel Sánchez Ayuso. Durante más de veinte años, ha trabajado a pie de las Cortes Generales. Después de su estancia en el Senado, fue elegido diputado, en 1982. Cuatro años más tarde, se ocupó de la secretaría general del Grupo Parlamentario Socialista, que presidía Eduardo Martín Toval; hasta que en el 93, alcanzó la vicepresidencia primera del Congreso, que ahora es la cuarta, por aojamiento del PP, según algunos oráculos, o por implacable algoritmia electoral. Josep Vicent Bevià Pastor nació el seis de octubre de 1933, en San Vicente del Raspeig, en el republicano Floreal del Raspeig, entre almendros y nublos de cemento portland, y hubiera sido mayorista de ultramarinos, como su padre y su abuelo, si los jerarcas de la posguerra no hubiesen mangoneado el negocio familiar y encarcelado, por unos meses, a su progenitor. Bajo el acoso de la penuria y la incertidumbre, estudió primeras letras, en la escuela particular de un maestro que iba a su aire y daba clases en un almacén; jugó al fútbol hasta que de tantas gafas como le hizo añicos el balón tuvo que abandonarlo. A los doce años, ingresó en el bachillerato, que concluyó, beca sobre beca, con premio extraordinario. Luego, la Universidad de Madrid, para licenciarse en Filología Clásica, en el 57; y después de ejercer de profesor ayudante, interino, gratuito y honorífico (sic), en un centro oficial, y de dar clases particulares, ganó la cátedra de griego en el Instituto de Vigo, era en 1960, y tres años después consiguió el traslado a Alicante, al instituto que se llamaría de Miguel Hernández. Si hubiera llegado al mundo por el esplendor de Efeso probablemente vestiría de lino color cereza y contaría historias fantásticas en los muelles de Panormo. Pero no hubiera vivido el épico viaje de un encerado con hexámetros de Homero a un parlamento donde aún mandan huevos.

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