Al dictado de sus señorías
Los últimos 25 años en el Congreso de los Diputados visto por la taquígrafa más veterana de la Cámara
El 13 de julio de 1977, Teresa Andrés no podía retirar la vista de la mesa presidencial del hemiciclo de las Cortes. La taquígrafa más veterana del Congreso de los Diputados tenía a pocos metros la impresionante figura de una anciana enlutada de la que había escuchado barbaridades. Era Dolores Ibárruri, quien presidía la sesión de la constitución de las dos Cámaras. "Cuando llegué a casa se lo conté a mi madre, que era muy de Franco, y se escandalizó. Para ella era una imagen de guerra. En cambio, para mí era todo lo contrario: significaba la reconciliación y la paz. Me dio mucha alegría verla", cuenta Teresa, una madrileña nacida en Lavapiés hace 55 años y que había entrado como taquígrafa en las Cortes en 1972, tres años antes de la muerte de Franco. Por entonces no sabía cómo funcionaba una democracia y para ella lo normal era la actitud de los procuradores en Cortes, elegidos a dedo, "carrozas, grises, aburridos y vestidos de falangistas"."Los procuradores franquistas", añade, "no se atrevían a contestar a nada y en los plenos sólo se aplaudía. La primera vez que vi cómo pateaban desde los escaños a un ministro de la UCD me quedé de piedra. Creí que el mundo se había vuelto loco". Todavía no daba crédito a lo que estaba viviendo en directo, y eso que a aquellas alturas ya había sido testigo de la tensa votación para legalizar los partidos políticos y de los debates sobre la Constitución, los más apasionantes para ella desde que se restauró la democracia. "Los procuradores de la dictadura tenían muy poca actividad. Se tiraban meses debatiendo una ley cuando el contenido se lo daban hecho y no podían modificarlo. Su labor consistía básicamente en cambiar comas y otras cuestiones de forma. Sólo celebraban pleno dos veces al año, cuando ahora se reúnen todas las semanas".
"Cuando se votó la legalización de los partidos políticos, en 1976, presidió el pleno Torcuato Fernández Miranda. El secretario iba nombrando uno a uno a los procuradores para que emitieran su voto. Uno de ellos, vestido con la camisa azul de la Falange, se levantó y gritó: "¡No al estercolero de Europa!". Me quedé estupefacta, pero Fernández Miranda mantuvo el tipo, ordenó seguir al secretario y no pasó nada".
Teresa rememora con especial emoción las discusiones para consensuar la Constitución, que cumple el próximo 6 de diciembre 20 años. "Si pudiera revivir un debate de los cientos que he presenciado elegiría sin duda el de la Constitución. Con la misma pasión se debatió el texto de la Carta Magna en el Congreso y en el Senado. Me apena que hoy el Senado se haya convertido en una Cámara de repetición".
Por si no hubiera tenido suficientes emociones, le quedaba por sufrir el mayor susto de su vida: el 23-F. "Justo cuando entró Tejero, yo estaba esperando mi turno para entrar en el hemiciclo, en un despacho desde donde se veía la ventana por donde entraron los guardias civiles. Yo estaba distraída, pero una compañera me advirtió de que había soldados saltando por la ventana. Teníamos comunicación con el hemiciclo y escuchamos los disparos en directo. Descolgué el teléfono para llamar a mi casa y, antes de que pudiera marcar, un guardia, armado con una metralleta, me ordenó colgar. A uno de los taquígrafos le dio una taquicardia y se puso gravísimo. Tejero nos dejó abandonar el Congreso. No paré de llorar hasta la mañana siguiente".
Dos décadas después de la Constitución está convencida de que nada podrá poner ya en peligro la democracia en España y lamenta la imagen tan denostada que se tiene en general de los políticos. "Cuando veo por televisión cómo se pegan los diputados en Japón o en otros países de gran tradición democrática pienso que el nuestro es una joya. La gente cree que los diputados se dan la gran vida, pero, salvo excepciones, son muy trabajadores, tienen que preparar proposiciones de ley, preguntas, interpelaciones. Hay varias comisiones diarias y los diputados de los grupos políticos pequeños van que se matan de una a otra; no tienen tiempo ni de respirar".
Teresa tiene su propia clasificación de los diputados. Están los folloneros, con Alfonso Guerra a la cabeza; los que nunca hablan, bautizados como "un hombre, un voto", y finalmente "los desaparecidos en combate", como Antonio Hernández Mancha, Óscar Alzaga o Jorge Verstrynge. A su gusto, el mejor orador -después de Felipe González- es el candidato José Borrell, y menciona también a Juan Alberto Belloch, Rodrigo Rato, Iñaki Anasagasti y Joaquim Molins: "Tienen facilidad de palabra, aplomo y capacidad de improvisar". De José María Aznar apunta que su capacidad discursiva ha mejorado mucho desde que es presidente del Gobierno.
El terror de los taquígrafos es Manuel Fraga. "Por fortuna, no le tenemos en el Congreso; le temíamos. Los taquígrafos parlamentarios cogemos hasta 150 palabras por minuto, pero a Fraga no hay manera de pillarle. Como lo sabía, siempre nos dejaba las hojas de su discurso al abandonar el estrado".
Respecto al look de los políticos, no se le ha pasado por alto el vuelco estético de sus señorías. Desterrado hace tiempo el traje de pana, ya no se distingue por la indumentaria quiénes son de izquierdas y quiénes son de derechas. Hasta los de IU van encorbatados, excepto Paco Frutos, el único que se resiste a engalanarse el cuello. Y las diputadas de derechas, antes tan recatadas, se han entregado a la minifalda. "¡Si los procuradores de Franco levantaran la cabeza!", bromea.
El pasado año, Teresa, casada con un tasador de averías, recibió el lazo al Mérito Civil por su trabajo como taquígrafa. No ha querido dejar de trabajar, a pesar de que padece un cáncer desde hace tres años. Dice para terminar que el verdadero poder no lo tienen los políticos, sino la prensa. "Aunque lo disimulen, les encantan los periodistas, y les temen, claro, porque nada como la prensa para bajar los humos a quienes ostentan el poder".
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