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Tribuna:LA SITUACIÓN DEL SOCIALISMO
Tribuna
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El PSOE y su modelo futuro

Tras la reunión del Comité Federal del PSOE que encauzó un proceso que estaba yendo a la deriva, somos muchos los que nos preguntamos el porqué y el cómo de lo ocurrido y buscamos respuestas con la relativa serenidad del que ha vivido un mal momento, pero cree que lo peor ya ha pasado.Si bien se mira, la crisis en la dirección del PSOE no es un dato excepcional en los 21 años transcurridos desde las elecciones de 1977. De hecho, todos los partidos políticos que han protagonizado la política de la España democrática han tenido crisis de grandes dimensiones que han llevado a rupturas muy dolorosas y hasta a la extinción de algunos de ellos. La UCD, por ejemplo, ganó las dos primeras elecciones de la democracia y se derrumbó y desapareció como partido en la tercera. Una parte importante de sus restos se integraron en la nueva formación de la derecha española, Alianza Popular, que luego se transformó en Partido Popular y pasó por varios conflictos y tres o cuatro cambios de dirección. El otro resto de la UCD, el Centro Democrático y Social, no aguantó el envite y desapareció. El Partido Comunista y el PSUC sufrieron gravísimas crisis que llevaron a rupturas espectaculares y a divisiones orgánicas muy profundas. El PNV se rompió en dos pedazos con la escisión de Eusko Alkartasuna, convertida ya en otro partido. Convergència i Unió sigue teniendo el mismo liderazgo, pero han desaparecido la mayor parte de sus dirigentes históricos, al tiempo que se incrementan las disputas entre los dos socios, Convergència por un lado y Unió por el otro, con varios interrogantes abiertos sobre el futuro de la coalición. Y Esquerra Republicana de Catalunya también se ha dividido en dos.

Mientras ocurría todo esto, el Partido Socialista mantuvo su unidad interna con un esquema relativamente simple: una estructura piramidal, con un líder muy fuerte que era a la vez líder del partido y presidente del Gobierno, y un grupo de dirigentes que asumían igualmente importantes responsabilidades de gobierno en las comunidades autónomas y los principales ayuntamientos. Era, de hecho, un partido nuevo que se forjaba a través del ejercicio del poder político en los tres niveles definidos por la Constitución, el central, el autonómico y el municipal, y que asumía en todos ellos la máxima responsabilidad de la gobernación general del país en unos momentos cruciales para el asentamiento y el desarrollo del nuevo Estado democrático. Éste es el esquema que funcionó durante los casi quince años de gobierno socialista, aunque empezó a cuartearse en la anterior legislatura.

Las derrotas en las elecciones de 1996 significaron, por consiguiente, un cambio muy importante para el PSOE, que difícilmente podía mantener la misma dirección y el mismo esquema piramidal de los años anteriores. El problema era cómo llevar a cabo los cambios indispensables. Durante unos meses pareció que todo seguiría igual, que la estructura general y el núcleo dirigente seguirían siendo los mismos, con algunos retoques, y que en todo caso la misma dirección encabezada por Felipe González sería capaz de emprender las indispensables reformas estructurales y los necesarios cambios de personas. Pero la brusca dimisión del propio Felipe González en el 34º Congreso del PSOE demostró que se acababa una etapa y que había que comenzar otra de manera inmediata sin alargar los plazos del cambio ni flirtear con la idea de la continuidad de los grandes protagonistas de la fase anterior.

El PSOE se encontró, pues, ante un desafío brusco, no planificado ni dirigido, y en aquel congreso tuvo que mezclar las innovaciones programáticas -como la de las elecciones primarias- con la elección a toda máquina de un nuevo secretario general. Y cuando éste apenas se había asentado, las elecciones primarias significaron un vuelco espectacular que entronizaba otro liderazgo político y abría otro frente estructural sin que nadie lo hubiese pilotado ni definido. Creo que ésta es la causa fundamental de lo ocurrido en estos últimos meses con las discusiones sobre quién y cómo debe representar y ejercer la dirección del partido, discusiones que, por su contenido aparente y por su crudeza mediática, más bien han dado la sensación de una trifulca personal para ventilar el problema interno de quién debe mandar. Espero y deseo que este clima de trifulca se haya acabado para siempre y se cierre la espita de los despropósitos que estaban haciendo perder al Partido Socialista una buena parte de sus apoyos y de sus simpatías. Pero quedan ahí un par de problemas que tienen que dejar de serlo para que el futuro no vuelva a jugar un mala pasada.

El primero se refiere a la querella en sí misma: cuando un día sí y otro también se multiplicaban declaraciones y gestos sobre el ejercicio del mando, uno tenía la sensación de que la disputa daba por hecho que la estructura de organización y de gobierno tenía que volver a ser la misma de antes, es decir, un sistema piramidal con un solo líder. El segundo es el corolario del anterior: ¿vamos al modelo de antes o vamos hacia un nuevo modelo, con dos líderes y otros líderes intermedios y una estructura más descentralizada porque hay otros centros de poder y porque estamos en un país cada vez más plural, política y culturalmente?

Personalmente, entiendo que la resolución del último Comité Federal del PSOE ha dado una respuesta positiva a este segundo problema y ha rechazado el primero: no volvemos al modelo anterior y, por tanto, hay que construir el nuevo. Es, más o menos, lo que han hecho los compañeros de la socialdemocracia alemana, que ahora están gobernando un país federal. Y el PSOE ha definido y ha dado a conocer hace muy poco un excelente programa federal para España. Esto debería bastar para recuperar la calma y recomenzar el trabajo. Y para que los millones de personas que han confiado en el PSOE recuperen, además de la calma, el entusiasmo.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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