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El rey que rabió

Los conflictos intrapartidistas suelen ser ocultados por sus protagonistas mientras mantienen la esperanza de llegar a un arreglo; sólo la explosión final del volcán, acompañada de expulsiones y escisiones, libera la información hasta entonces secuestrada. Resulta anómalo, así pues, que las peleas de los últimos siete meses entre los seguidores de Borrell (elegido candidato presidencial socialista por los militantes en las primarias de abril de 1998) y los defensores de Almunia (nombrado secretario general del PSOE en el 34 Congreso de junio de 1997) hayan sido retransmitidas al respetable público casi en directo. Contra lo que pudiera parecer a primera vista, esa falta de secretismo abre un resquicio de esperanza para la solución del litigio: sólo el principio de publicidad, que sitúa a los actores bajo la luz de los focos y al alcance de los taquígrafos, posibilita el control democrático de su comportamiento y evita los sordos ajustes de cuenta que suelen ensangrentar las cocinas o los sótanos de los partidos.La intervención de Chaves, Ibarra y Bono, los tres presidentes autonómicos del PSOE en ejercicio, logró el pasado sábado que el Comité Federal encarrilara el conflicto: el poder de los partidos siempre está en las manos de quienes ganan las elecciones. La confrontación entre las dos lógicas de legitimación democrática -igualmente válidas ambas- esgrimidas por Almunia y Borrell es la causa estructural del litigio: la elección indirecta del secretario general por los delegados del Congreso y la designación directa del candidato por los militantes reproducen dentro del PSOE las tensiones entre las instituciones de la democracia representativa y de la democracia participativa, del parlamentarismo y del presidencialismo. La derrota cosechada por Almunia al intentar blindar su ya ganada legitimación como secretario general con la legitimación añadida de candidato presidencial hizo aflorar esa disonancia.

A fin de suavizar ese incoado conflicto, el sector mayoritario de la Ejecutiva habría tenido que cooptar a Borrell como primus inter pares de la cúpula dirigente; el candidato, a su vez, hubiese debido renunciar a montar una organización paralela. Sin embargo, las cosas no marcharon en esa dirección; como ha señalado acertadamente Guerra, tras las primarias la bicefalia cooperativa fue torpedeada por una bicefalia competitiva. Poco dice el Comité Federal, tan prudente como el coro de doctores de El rey que rabió cuando diagnosticó la enfermedad de su ilustre paciente, sobre la patología del conflicto. Así como la forma mas segura de equivocarse en el arbitraje de una bronca matrimonial es dar toda la razón a un cónyuge y negarle el pan y la sal al otro, así los analistas de la conducta política deben partir de la contradictoria pluralidad de las motivaciones humanas, desde la ambición, la vanidad y el egoísmo hasta la generosidad, el deber y la solidaridad.

La resolución masivamente aprobada por el Comité Federal -sólo la bien argumentada abstención de Carlos Solchaga evitó el sambenito de la unanimidad- descarta que la experiencia fracasara inicialmente por la "impericia" o la "intolerancia" de los actores: el innovador carácter de las primarias habría sido la causa de unos errores remediables. Aunque el mal está hecho (los electores dejan de votar a los partidos desgarrados por las luchas internas) en buena medida, el compromiso alcanzado gracias a los tres tenores de Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha ofrece una última oportunidad a la bicefalia. La aspiración de Borrell -que sufrió un serio revés en el debate del estado de la nación- a ser el interlocutor del presidente del Gobierno está bien fundada; es preciso recordar, sin embargo, que el candidato aceptó antes del verano un reparto de papeles que reservaba esa función para Almunia. El Comité Federal da por supuesto que el conflicto resuelto o aplazado el pasado sábado no procede de "dos posiciones ideológicas alternativas"; pero así como la naturaleza tiene horror al vacío, así los conflictos intrapartidistas -incluso aunque procedan de ambiciones personales- se resisten a soportar las vergüenzas de la desnudez doctrinal, tal y como habrá comprobado seguramente durante estos meses Borrell como involuntario destinatario de una abundante oferta de crecepelos ideológicos de todo tipo.

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