Un día cualquiera
Era un día cualquiera, a las siete de la mañana, todos en pie. Algunos hicieron su cama, algunos también se ducharon. Hora de desayunar, cola-cao para unos, Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior café para otros, alguno con suerte se tomó bollos con mantequilla; unos pocos recogieron las tazas, otros no.Hora de salir. ¡No te olvides los libros! ¡Coge la mochila! ¡Adiós, mamá! ¡Adiós, papá! ¡Cuando vuelva del instituto tengo entrenamiento! La rutina de todos los días; nadie imaginaba que la mala hora se cruzaría en su camino, qué injusta la suerte que reparte la vida y la muerte.
Hace frío en la parada del autobús; alguno, clandestinamente, se fuma un cigarrillo mientras espera. "Qué paliza le dimos al Bilbao", "el Sporting, como siempre...", "Lucía, creo que Andrés está por ti". Por fin llegó el autobús, como siempre saludan al conductor, se saludan, todos no porque siempre hay alguien dormido. "Hoy tengo examen de matemáticas", "pues yo, de historia, y no tengo ni idea".
El autobús avanza, no muy deprisa, pues es muy viejo, parece cansado. De repente el aire se impregna de un olor metálico, algo raro está sucediendo, el conductor da un grito, el autobús se desplaza bruscamente a la derecha y un ruido atronador recorre sus cuerpos. Silencio, gritos, sangre, mucha sangre, dolor, desolación, muerte. La mala hora ha hecho bien su trabajo, siete vidas con todas sus ilusiones, propias y ajenas, quedan tendidas en la hierba.
La otra noche todos hemos dormido bien, o casi todos. Siete familias han quedado mutiladas. ¿Qué hacer por ellos? Nada, como siempre, únicamente guardarles un espacio dentro de nuestros recuerdos...
Ojalá al menos hayan encontrado la paz.- . .
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