La ciudad de Serrat y de la Penya
Badalona tiene las virtudes y los defectos de una ciudad que creció demasiado deprisa. En un cuarto de siglo tuvo que acoger un aluvión de emigrantes sin que le diera tiempo a digerirlo bien. Para acabar de arreglarlo, el desarrollismo no puso nada de su parte para crear un paisaje acogedor en la antigua Baetulo. Pese a todo, con la llegada de la democracia, lo que entonces era una localidad a medio hacer fue cogiendo forma a partir de criterios mucho más racionales y acordes con las necesidades sociales que los de la especulación pura y dura que habían imperado hasta entonces. La radiografía de una de las ciudades más pobladas de España (210.000 habitantes) presenta hoy una economía que ha empezado a levantar cabeza despegándose de la crisis económica de los ochenta, que se llevó por delante a muchas de las principales empresas de toda la vida. En las últimas décadas, su fisonomía ha dado un vuelco: en la zona limítrofe con Santa Coloma de Gramenet emerge un enjambre de grandes centros comerciales que ocupan el descampado que durante mucho tiempo fue Montigalà. Para completar la fachada marítima hacia Sant Adrià, el proyecto del puerto se abre paso al fin. El día en que Badalona sea puerto de mar se cumplirá el sueño más deseado de la historia local. La Badalona que supo cantar Joan Manuel Serrat en su canción sigue viva. En el terreno deportivo, el fenómeno del baloncesto que encarna la Penya no es casual y simboliza muy bien el deseo de las nuevas generaciones de identificarse con su ciudad. En los modestos niveles de autoestima de esta población tiene mucho que ver ese espejo en el que tanto se mira llamado Barcelona, cuya proximidad constituye una de sus ventajas, pero también su cruz.
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