¿Fútbol espagueti? ¡Vivan los gazpachos manchegos!
En la sala de espera de la Liga, la hinchada sigue discutiendo sobre el partido Italia-España. ¿Estamos descubriendo el fútbol tridimensional? ¿Le hemos quitado el óxido al cerrojo italiano? ¿Debe someterse el seleccionador a una enérgica dieta de adelgazamiento? ¿Bastaría con practicarle un lifting o un tratamiento de cutis a base de algas? Fuera de coñas, en el fragor de los debates sobre el parentesco entre Iván Helguera y Franz Beckenbauer, o quizá en la búsqueda de una conexión entre la libertad y el ritmo, alguien recordó las explicaciones que cierto entrenador argentino daba al desbarajuste posicional de sus chicos.-¿Cómo que no tenemos un esquema? Nosotros jugamos un 3-4-3. Yo se lo explico muy bien a los muchachos en el vestuario. A ver, boludos, vamos con la línea defensiva de tres: vos, aquí; vos, allá; vos en el otro lado, y así, sucesivamente. Pueden apostar a que yo, fulano de tal, les digo a estos atorrantes dónde tiene que jugar cada uno. Lo que pasa es que no se quedan quietos ni un segundo; en cuanto empieza el partido se mueven.
Nadie sabe si aquel hombre estaba haciendo un chiste o una definitiva demostración de ingenuidad, pero por extensión decía que la frescura es una cualidad esencial salvo cuando conduce al desorden y, por supuesto, que un esquema de juego es sólo un punto de referencia.
Inspirados por ese principio, los chicos de Camacho partían de una determinada posición, pero acto seguido se atrevían a abandonarla para sorprender al enemigo. Sin perjuicio de los relevos y coberturas a que hubiera lugar, cada cual se aventuraba por los carriles y claros que le dictaba el instinto con tres únicas condiciones: evitar la excesiva separación entre las líneas, apoyar al compañero en la maniobra y tratar bien a la pelota. Gracias a la primera, dificultaban enormemente los contraataques italianos; gracias a la segunda, evitaban fácilmente la presión, y gracias a la tercera, se aseguraban los dos requisitos que hacen posible el espectáculo: el dominio del partido y el gusto por el juego. Pronto se dieron cuenta de que era posible burlar a aquellos tozudos operarios que no dejaban de dar patadas y bufidos. Por añadidura, se lo pasaban bomba metiéndoles algún cañito.
¿Y la gloriosa squadra azzurra? Sigue al pie de la letra el proverbio local soldado que huye sirve para otra guerra. Ha puesto una pasión tan desmedida en parecer un bloque grisáceo que los dioses le han hecho la merced de transformarla en un frontón. Es una especie de gigantesco peñazo, revestido con ropa de diseño, sin otra flaqueza que algún leve síntoma de aluminosis ni otro sabor que el de pastel de cemento. Sabemos, eso sí, que no tendrá problemas de supervivencia; al menor indicio de flexibilidad, los imagineros del calcio le inyectarán una nueva dosis de concreto y la pondrán a devolver balones a campo contrario con la fundada esperanza de que alguno le caiga en la bota al exquisito y solitario Pipo Inzaghi. En conclusión, cada vez está más claro que los tifosi pueden dormirse tranquilos.
A los esforzados defensores de semejante delicia prerromana sólo nos atrevemos a hacerles una súplica: por favor, desistan de secuestrar en territorio ajeno a esos jugadores inútiles que sólo sirven para meter recortes, gorros y tiros a la escuadra. Favor por favor, algunos haremos todo lo posible para impedir que semejante monumento al somnífero tenga la más pequeña fuga. Nos esforzaremos para conseguir que la hormigonera de Zoff nunca ponga sucursales en el extranjero.
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