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Mareando la perdiz (de la Academia)

Ando leyendo estos días un interesante libro que trata de recuperar una vieja tesis veteroilustrada: aquella según la cual unas buenas instituciones podrían dar un gobierno presentable incluso a los habitantes del infierno. Nunca me ha parecido consistente una tesis de ese corte, pues reposa sobre un presupuesto de muy baja credibilidad: que un pueblo de diablos se dote de buenas instituciones. Tal milagro requeriría el descenso del dios con el que Eurípides resolvía el nudo de sus tragedias o el mítico legislador al que, en la tradición griega, recurría el mismo Rousseau, lo malo es que el deus ex machina sólo desciende de los cielos en el teatro. Mayor plausibilidad me merece la tesis según la cual un pueblo de diablos se dotará de instituciones correspondientes con su naturaleza, tesis que sólo me plantea un problema: que implica que los valencianos no debemos andar muy lejos de tan inhóspito lugar a la vista del empedrado de nuestras calles, a juzgar por la actuación de quienes nos rigen. Lamentablemente atestigua nuestra proximidad a la central térmica Pedro Botero, SA, no sólo las aclamaciones que recibió nuestro muy amado President por parte de la flor y nata de nuestro empresariado al anunciarles que va a sacar de nuestros bolsillos ( id est, de los de los valencianos ) el 10% del presupuesto de la Generalitat para donarlo al ministerio que, con exquisito sentido del humor, se denomina de Fomento, a fin de que nos pongan el AVE, sino también por las manifestaciones de nuestro primer magistrado en el sentido de que si el partido de los Juanes no pasa por el aro cambiará la ley de la Academia a fin de procurar su provisión por mayoría simple. Y que quieren ustedes que les diga, no sé qué es más tonto, si poner un dinero para que otro nos haga lo que el Plan de Ferrocarriles dice que tiene que hacer, y que sus electores de Madrid le demandan, o sacar los pies del camino del acierto y destruir el principal triunfo por el Molt Honorable construido. Lo que me lleva a un conclusión pesimista: tendré que dejar de decirle a mi amigo David, honesto militante del PP, que se le ve la tarjeta de embarque que acredita la butaca para el viaje hacia el centro, para pasar a decirle que el tren con ese destino ha abandonado la estación dejándoles a todos en tierra porque el maquinista se ha equivocado de destino, ruta y hora de salida. Pues a la postre de eso se trata. El actual gobierno de la Generalitat no va a pasar a la historia por ser el de gestión más brillante, ni por su austeridad presupuestaria, ni por su magnífica política de comunicación, ni por sus proclividades libertarias en materia de enseñanza. El actual gobierno de la Generalitat no ha destacado por su éxito en aumentar nuestro peso en Madrid, ni por su acierto en la vertebración del país, etc. Gusta decir el profesor Franch i Ferrer que la nuestra es una autonomía autolimitada a la gestión de los asuntos corrientes, a la mera administración, y aunque mi juicio es menos pesimista que el suyo resulta evidente que el perfil del gobierno que nos rige es un perfil más bien bajo, por chato y sin ambición. Salvo en un punto: el intento de solución del contencioso lingüístico. No me parece casual que ese proyecto, el que a la postre marca en nuestra historia la IV Legislatura, haya sido impulsado desde la Presidencia, ni que haya generado uno de los escasos terrenos de encuentro entre la mayoría y la mayor formación de la oposición, pues el impacto que el cierre del contencioso podría suponer es de dimensiones incalculables. Razón más que suficiente para que el secretario general del PSPV haya procurado lúcidamente sumarse a la propuesta y procurar su éxito. Vistas así las cosas resulta evidente que los protagonistas adquirirían un capital político de alto bordo en caso de éxito, pero, por el contrario, pagarán un precio no menos alto en caso de fracaso, precio que será tanto mayor cuanto mayor ha sido la aportación respectiva: para el señor Romero acumular más obstáculos en su gestión del PSPV, para el señor presidente el fracaso de su proyecto emblemático y, con él, la cuasi inhabilitación política; si el pacto fracasa el autor principal del mismo habrá alcanzado su máximo nivel de incompetencia. Con las consecuencias de rigor. Tal y como aparecen las cosas la no conclusión del pacto resulta para sus protagonistas como irracional. Cabe apuntar que unos y otros necesitan tensar la cuerda al límite como parte de la estrategia negociadora, pero también cabe apuntar que detrás de la posición del PP aparece el fantasma de un electoralismo gallináceo: no llegar al acuerdo para aparecer como el defensor de las esencias y minar el terreno a UV. Recurso típico de listos que no ven más allá de sus narices, pues la hostilización a UV no hace sino preparar el camino para una eventual coalición regionalistas-socialistas ( que cuenta ya con la previa bendición de la dirección del PSOE) caso de no tener éxito, y si lo alcanza puede privar al PP del socio necesario para alcanzar la mayoría absoluta que por sí solo cada vez es de logro más improbable. En el fondo los listos cometen siempre el mismo error: pensar que los demás son tontos. Porque, vamos a ver, ¿Hay alguien que pueda creer seriamente a estas alturas que el PP es o puede ser más blavero que UV?

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