Desaparecidos presupuestarios
FÉLIX BAYÓN No cabe duda de que los hay con más suerte que nosotros. Mientras los nacionalistas vascos fantasean con hacerse con Navarra y lograr además que sus límites salten por encima de los Pirineos, nosotros los andaluces -tan modestos- tenemos que contentarnos con reivindicar que somos los que somos, ni uno más y ni uno menos. El caso es que somos muchos, pero no parece que nos hagan demasiado caso. Mientras las tertulias de radio llevan más de un mes dando la tabarra con las fantasías de los nacionalistas vascos, a nadie parece preocuparle el misterio andaluz: gracias a los intereses presupuestarios del Gobierno central, de nuestro mapa han desaparecido casi medio millón de paisanos nuestros. Mientras unos se cogen con papel de fumar la metafísica de los hechos diferenciales, nosotros, que somos pobres -o, al menos, nos comportamos aún como tales-, nos limitamos a luchar por la evidencia aritmética, que, aún siendo la más indiscutible de las certezas, necesita por lo visto ser reivindicada. Por el empecinamiento del Gobierno del PP, no parece que el asunto tenga que ver sólo con los presupuestos: es como si la Moncloa soñara con ir erosionando los censos de esta Andalucía que sigue empeñada en votar a la izquierda hasta hacerla entrar en razón. En su razón. Nuestro paisano consorte José Saramago imaginó un día que la península Ibérica se separaba de Europa e iba a la deriva como una inmensa balsa de piedra. Nuestros gobernantes, más modestos, sueñan sólo con dar un bocado a nuestra población y arrancarnos medio millón de habitantes. Visto que, después de un año de polémicas estériles, no hay manera de convencer al Gobierno de Madrid de que somos tantos como los censos dicen, habría al menos que pedirle que aclare dónde están los andaluces que, a su juicio, sobran, o, mejor dicho, sobramos, que, dado lo misterioso del asunto, nunca se sabe quiénes de entre nosotros formamos parte de los presupuestariamente desaparecidos y quienes gozan, o gozamos, de existencia administrativa. En tan delicado asunto, más vale que sea el Gobierno de Madrid el que haga de justo Salomón y diga por dónde hay que trocear al niño: ¿mandamos al exilio a los quinientos mil andaluces de mayor edad, que tan caros salen de mantener, y más ahora, cuando Chaves se ha empeñado en aumentar las pensiones contributivas? O quizá sea más caritativo prescindir de parte de nuestra geografía y, consecuentemente, de los habitantes que la pueblan: así nadie echará de menos a sus familiares y vecinos. Para ajustar nuestro censo, tendríamos que convertir en balsa de piedra y lanzar a la deriva a toda la provincia de Almería; o a la de Huelva; o a Cádiz, su bahía y la ciudad de Jerez; o a la ciudad de Málaga; o a toda la Costa del Sol, turistas incluidos. Para que nadie nos malinterprete, hay quizá que aclarar que este desgajamiento de Andalucía no se debería en ningún caso a un deseo de secesión impulsado por la soberbia, que es un sentimiento propio de pueblos ricos. Lo nuestro obedecería a una simple ansia de supervivencia basada en el conocimiento empírico de lo falaz que resulta eso de que "donde comen tres comen cuatro".
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