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Tribuna
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Cuanto antes se cumplan los nacionalismos aplazados antes podremos salir de esta pesadilla acústica terminal y podremos permitirnos la instalación en el postnacionalismo. Cuando los nacionalistas no tengan nada que reivindicar, cogeremos los nacionalistas libros de historia y pondremos en su sitio a héroes y hechos diferenciales, degradando a los héroes de la discordia y valorando sólo las diferencias necesarias, encantadoras y prudentes. Cuando reconstruyamos el orgullo de haber sobrevivido a la evolución de las especies en esta Península, a pesar de la sequía, a pesar de sus dueños y capataces, serenos peninsulares desde la complicidad de nuestras emigraciones interiores y exteriores, de nuestros exilios públicos y privados, de todas las guerras civiles que perdimos aun ganándolas o que ganamos aun perdiéndolas. Una vez peninsulares, nos abriremos al continentalismo euroasiáticoafricano, por el procedimiento de rellenar el canal de Suez para que no impida el paso. Quizá aún podremos ultimar el desarme nacionalista más allá del Atlántico y del Pacífico, pillando a los indoamericanos por sorpresa en un día feriado.Para ser postnacionalistas tiene que producirse por lo visto una gran bouffe de nacionalismos hasta la hartura y el reventón, pero sobre todo ha de llegar la paz en Euskadi y esa situación de placebo espiritual nos permitirá considerar muy seriamente que si España no es una nación mucho mejor para todos y a ver qué día, hartos ya de nacionalismos aplazados, nos desnacionalizamos y a celebrarlo, porque se vive solamente una vez y hay que aprender a querer, a vivir y a perder seguridades de olfato, acústica y grupo sanguíneo. Me importa un pimiento si hay que ceder Gibraltar a Marruecos y el sepulcro del Cid a la Guggenheim o a El Corte Inglés. Sólo necesito un territorio sin fronteras y sentirme a gusto entre todos vosotros.

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