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Glenn

Miquel Alberola

MIQUEL ALBEROLA Hace 36 años el joven de Ohaio John Glenn estampaba su nombre en la historia americana por ser el primer astronauta que completaba un vuelo orbital alrededor del planeta. Ahora el viejo héroe, especialista de carga útil 2 de la NASA, flota ingrávido con sus achaques de anciano dentro del microclima del Discovery a 28.000 kilómetros por hora, rumbo hacia la consecución del título de primer hombre que decide su muerte con el beneplácito del Estado y el aplauso de la sociedad. Esta misma tarde, cuando salga de la nave en Florida y se caiga a trozos ante las cámaras en medio de una tempestad cardiovascular, o simplemente disimule su ruina sobre una camilla sonriendo con la ayuda de un tubo de silicona, habrá sentado un precedente suculento en favor de la eutanasia. Se trataba de ver cómo degradaban en el espacio sus huesos, ya muy descalcificados, y sin embargo, esta agonía decidida con libertad, y convertida en deporte, ha cohesionado a la sociedad americana más que Jefferson. A menudo, en la historia americana, con Smith & Welson y Broadway en sus cimientos, el vehículo que mueve una normativa moralista hacia una comprensión más humana del hecho es el espectáculo, como en su día lo logró la empatía de los espectadores con la silla eléctrica. La pantalla casi siempre convierte en universal lo que niegan las leyes que miran más al cielo que a la Tierra. Ahora Glenn, mirando la Tierra desde el cielo, ha abierto un brecha a la gente que quiere administrar el final de su vida en función de su estado de salud, porque lo que no resite el cuerpo no hay dogma que lo sustente. Durante unos días ha ingerido el veneno de la estratosfera y la dosis de radiación letal del espacio, a la vez que se le llenaba el estómago por el vacío cósmico, las venas se hinchaban sobre la frente, sentía una bota pisoteándole los riñones y se le atrofiaban los músculos, como síntomas fehacientes de su extinción. Pero a cambio, sintió el pulso de la libertad, que debe ser como los amanereces insólitos que pasaban ante sus ojos, mientras le despertaba Andy Williams cantando Moon River y tenía la satisfacción de ver la espiral Mitch y un Pinochet muy acosado en la vertical de sus genitales.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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