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Independencia televisivaXAVIER BRU DE SALA

La primera ventaja de las televisiones públicas gubernamentales es que a través de ellas se observa con nitidez ampliada la oreja del partido en el poder. La diferencia entre el PP y el PSOE no está en el cutrerío de buena parte de la programación, que sólo se ha acentuado, sino en los telediarios de La Primera. Allí, incluso cuando las caras de los presentadores no cambian, se percibe un tono distinto, menos cómplice, más seguro y distante. El estilo de la casa no se quiebra, pero se adapta a los mandamases de turno. Derecha al mando, órdenes, distancia, colores fríos, entretenimiento burbujeante y olé. Izquierda al mando, consignas, sintonía vertical, hermanismo, efusividad y olé. Como nunca lo aprendimos, parece que hayamos olvidado que televisión pública equivale a televisión del público, no del poder político (para el público lo son todas). Las nuevas tecnologías y las parabólicas recuerdan que existe el modelo BBC, caracterizado por la no dependencia. Quien no haya estado en los circuitos del mando no puede imaginar, por malpensado que sea, el grado de intromisión desde la cúpula y de servilismo del escalafón inferior inmediato. La obsesión de los políticos por la televisión, y cada vez más por la radio, es tal que si tienen la oportunidad de meter mano se emplean a fondo y sin reparos. Es inevitable. En mi experiencia de adlátere del poder vi bastantes cosas que no desvelaré por no traicionar la confianza. Pero sí puedo reportar un botón de muestra porque se produjo cuando ya no tenía responsabilidad pública alguna: Granados y Guitart me pidieron un día si podía acompañarles a ver al president para hablar de cine, a lo que accedí. Una vez en el despacho de Pujol, me encontré que, como si de un colegio se tratara, me echaban a mí las culpas porque cierto filme, a mi parecer inofensivo pero cuya visión desaconsejaban al presi para ahorrarle un disgusto, había recibido subvención de la Generalitat, además de, bajo mi influencia, un millonario contrato de derechos de emisión firmado por TV-3, entonces habitual, imprescindible para que llegara a realizarse. "A ése lo hemos traído porque se había leído el guión y dio luz verde". Como era inútil dar mi parecer de que no pasaba nada, no se me ocurrió otra cosa para salir del paso que colgarme una medalla inventando una supuesta campaña orquestada que, en caso de negar subvención y contrato, se hubiera convertido en escándalo mayúsculo. La Generalitat y su televisión, acusadas de censura para después tener que rectificar, etcétera. Todos acabaron dándome las gracias y asunto concluido. Hagan cábalas ahora sobre cómo son manipuladas las decisiones sobre los informativos. No he estado en las entretelas de La Moncloa, pero me consta que ha sido y es peor. Una de las debilidades del pujolismo, alimentar con la mano herida la boca que le muerde, se ha revelado de un virtuosismo tal que es uno de los secretos de su longevidad en el poder. No estaría nada mal que la televisión pública catalana se adelantara a los acontecimientos de la próxima regulación europea independizándose del poder. "¿Porqué no empiezan en Madrid?", argumentan los convergentes; "un país pequeño como el nuestro no tiene suficiente espacio para una televisión independiente". Respuesta: en Madrid hay pluralidad de oferta, pero el mercado del catalán no da para televisiones privadas competitivas en el ámbito de las grandes cadenas (si bien algo he oído sobre una cadena privada en catalán que patrocinan desde CDC, no creo en su viabilidad si pretende comerse un buen bocado de la audiencia). Así que la necesidad de imparcialidad es bastante más acuciante. La proximidad al poder y a la imagen de Cataluña que interesa propagar resulta nacionalmente contraproducente para nuestra televisión pública, ya que hurta el debate, ignora grandes parcelas de la realidad desde un régimen de monopolio en el mercado lingüístico y sustituye el humor crujiente de CQC, El guiñol o Mikimoto por la cosa blandengue y desvertebrada. Portugal, de población no mucho mayor, adaptó el sistema BBC y luce una televisión pública independiente que nadie se ve impelido a rechazar porque defienda al partido que no le gusta. El mejor servicio que podría prestar un dirigente nacionalista a su pequeño país es regalar la batuta de la televisión a los seis millones de ciudadanos que la pagan. Basta con que la continuidad de los puestos de trabajo de la cúpula de la Corporación Catalana de Radio Televisión y de sus emisoras no dependa del resultado de las elecciones. Basta un sistema de designación del Consejo de Administración que excluya a los políticos y a sus comisarios, que requiera comparecencia previa de sus miembros, profesionales de prestigio, ante el Parlament para demostrar su imparcialidad y que éstos, en caso de obtener mayoría cualificada, sean nombrados para un periodo superior a una legislatura. Naturalmente, el director general y los directores de emisoras serían designados por el consejo y no por la Presidencia de la Generalitat. Algo parecido a lo que en España se debería hacer para independizar de veras la cúpula de la justicia sustituyendo el pluralismo que reflejan las mayorías y minorías de las cámaras por la ausencia de parcialidad política. Entonces, por poner un ejemplo, la actual batalla entre el Gobierno de Madrid y sus socios de la Generalitat por la ordenación de las ondas empezaría a interesar a la opinión pública catalana, con lo que CiU dejaría de llevar todas las de perder. ¿Quién lo va a hacer? Si nadie lo reclama, nadie. ¿En qué circunstancias? Las mejores oportunidades se dan poco antes o inmediatamente después de un cambio en el poder, cuando quienes pueden decidir tienen un pie en el estribo de aquél. Cuando están instalados en él, o apeados, la inercia o el hecho de estar en minoría aparecen como obstáculos insuperables. Perder unas elecciones no entra en los cálculos de Pujol. ¿Será el PSC capaz de comprometerse al cambio de modelo? ¿Y los pequeños, que resultarían beneficiados de la imparcialidad resultante, de prometer no pactar con nadie si no se cambia el modelo de radiotelevisión pública?

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