Diez años de trompicones para estirar un aeropuerto

La ampliación del principal aeropuerto de España se ha convertido en un problema cuya solución ha tenido entretenidos a los dirigentes políticos diez años. Cuando los socialistas descubrieron que Barajas se estaba quedando pequeño, pensaron algunas alternativas. Por ejemplo, utilizar la base aérea de Getafe como gran aeropuerto comercial. Fue a finales de los ochenta, y el alcalde de Getafe, Pedro Castro, que aún continúa en el cargo, estaba encantado con el proyecto. Los estudios demostraron la inviabilidad del proyecto y en el Ministerio de Obras Públicas volvieron a mirar hacia Barajas.

La receta definitiva se firmó en 1992, cuando el entonces ministro José Borrell aprobó el Plan Barajas, un ambicioso programa de ampliación del aeropuerto en el que se dibujaron hasta tres pistas nuevas. Pero llegó Cristina Narbona, la responsable estatal de la política medioambiental, y puso frenos a la extensión del aeropuerto. Tantos, que la declaración de impacto ambiental que dejó terminada establecía que sólo se construiría una pista nueva (la tercera) con todas las garantías posibles para reducir el impacto sonoro sobre las poblaciones cercanas al aeropuerto.

El PP se encontró con el proyecto de la tercera pista hecho y pendiente de adjudicación. Y se comprometió a no hacer más pistas salvo que estudios futuros determinasen la inviabilidad de buscar un nuevo emplazamiento.

Comenzaron las obras de la tercera pista, y con ellas, el debate sobre el futuro de Barajas. La Comunidad de Madrid reservó suelo para hacer otro aeropuerto en Campo Real. El alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, defendió más ampliaciones de Barajas. Y el ministro Rafael Arias Salgado apoyó la idea de hacer una cuarta pista.