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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gravedad cero

El último vuelo del transbordador espacial Discovery, todavía en órbita terrestre, parece haber reverdecido el interés por la exploración espacial. El hecho de que en su tripulación figure John Glenn -uno de los más conocidos astronautas del primer programa espacial impulsado por el presidente Kennedy-, de 77 años de edad, es uno de los factores que más han contribuido a ese inusitado interés público y mediático. Para los españoles, un motivo especial de atención es la presencia en ese vuelo de Pedro Duque, un ingeniero seleccionado por la Agencia Europea del Espacio como astronauta para misiones en las que participa dicha agencia.La presencia en este vuelo de un español responsable de realizar numerosos experimentos en órbita, y el hecho de que entre estos últimos figuren algunos también diseñados por científicos españoles, no deja de ser un dato anecdótico, pero ilustra la integración de nuestro país en los grandes programas científicos internacionales. Por más que a veces se escatimen los medios para que esa integración se produzca con la decisión y la rapidez que sería de desear, la situación en la ciencia española dista hoy mucho, afortunadamente, de lo que era norma en el pasado.

El impulso de los años sesenta que llevó a una docena de hombres a la Luna tenía un importante sesgo militar y estaba motivado por la pugna entre las dos superpotencias. El espacio era un ámbito más de enfrentamiento. A pesar de ello, es innegable que su exploración nunca dejó de ser percibida como la continuación de otras empresas descubridoras, con toda su carga de aventura y de riesgo. Así fue sentida por muchos la llegada a la Luna y así se presentía la que en aquellos días parecía próxima conquista de Marte. Las dificultades presupuestarias y, muy especialmente, la disminución de la tensión entre los dos bloques modificaron la importancia, tanto económica como militar, de la exploración del espacio, que se ha hecho más rutinaria y menos espectacular, aunque valiosa desde el punto de vista científico. El final de la guerra fría y la falta de recursos de Rusia han favorecido la internacionalización del programa espacial, liderado claramente por EEUU. Numerosos astronautas de diversas procedencias han cooperado con rusos y norteamericanos en la estación MIR y en los transbordadores, como es el caso del vuelo actual del Discovery.

Pero un paso decisivo para el futuro de la carrera espacial será la construcción de la Estación Espacial Internacional (ISS), antes llamada Alfa, que sustituirá a la vetusta y, pese a sus achaques, exitosa estación rusa MIR. La ISS, de enormes dimensiones, será construida y utilizada con ese mismo nivel de integración internacional y proporcionará una base permanente de experimentación espacial, de preparación y de partida para misiones que vayan más allá de la órbita terrestre. Se ha gastado ya mucho tiempo y dinero en el planeamiento y la construcción de las distintas piezas en tierra, y se espera que este mismo año se realice el lanzamiento del primer módulo. Luego, en vuelos sucesivos de cohetes rusos y estadounidenses, se irán transportando y ensamblando las distintas piezas, hasta completar un inmenso mecano en un periodo aproximado de cinco años. Las sondas espaciales no tripuladas enviadas al sistema solar, los vuelos en transbordador en órbita terrestre para experimentar en condiciones de microgravedad y la construcción y aprovechamiento de la estación ISS centrarán el programa espacial en los próximos años.

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