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Patadas tácticas

Luis Gómez

Posiblemente todo quede algún día en un no-me-expresé-bien. Posiblemente quiso decir que un equipo debe saber cuándo tiene que ponerse el mono de trabajo y cuándo el chaqué. Pero no dijo eso. Miguel Ángel Gil recriminó a sus jugadores que tardaran 80 minutos en dar una patada en Mallorca. Podía haber dicho lo contrario: felicitarles precisamente por eso a pesar de la derrota. Miguel Ángel Gil no es una excepción. Es la regla.Los dirigentes deportivos siguen sin querer darse cuenta de la repercusión que tienen sus declaraciones, del papel que deben interpretar en la sociedad. La desvergüenza que pone en sus palabras, su descaro al desnudar sus verdaderos pensamientos sobre el comportamiento que debe tener el equipo en el terreno de juego (no tardar tanto tiempo en dar patadas, saber intimidar utilizando la violencia) revela cómo el dirigente ha dimitido de su función social en aras del beneficio económico y deportivo a cualquier precio. El mensaje llega a los jugadores, pero también llega más lejos.

Los entrenadores, algunos comentaristas, los propios futbolistas, abundan frecuentemente en esta cuestión. No basta con dar patadas, hay que saber cómo darlas, elegir el momento, intentar engañar al árbitro, interpretar cómo interrumpir el juego con las faltas tácticas. Así la violencia se hace necesaria y forma parte de la técnica del juego.

No hace mucho, un profesor se quejaba amargamente ante unos colegas de cómo, en un partido entre adolescentes en su colegio, vio que los chavales se recriminaban unos a otros: había que hacer faltas. Son faltas tácticas, le dijeron al profesor como ofendidos por su ignorancia. Y el profesor entendió que acababa de perder una batalla como educador, que ya no se trataba sólo de divertirse, jugar o aprender la técnica. Había que usar la violencia.

Miguel Ángel Gil debería ir al colegio. No es un consejo peyorativo. Quizás una oportunidad para comprender hasta dónde pueden llegar mensajes de este tipo y qué efectos producen.

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