_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paisaje después de la batalla (electoral)

Tanto ruido para tan poca cosa. El otoño se iniciaba con grandes tormentas y fuertes vientos. Como consecuencia, los frutos del castaño no han tenido tiempo de madurar y parte de las castañas han caído al suelo raquíticas, sin desarrollarse. No siempre agitar el árbol garantiza recoger buen fruto. Contagiada por la estación, la campaña electoral vasca ha sido una de las más agrias. Parecía que iban a cambiar mucho las cosas y eso explica, aunque no justifica, que se hayan transgredido algunos límites que debían haber sido respetados. Pero no ha sido así: las elecciones en el País Vasco han sido una epifanía de la normalidad. Raro es que una sociedad se vuelva loca en el momento de votar. La fiesta democrática que suponen unas elecciones se parece más a una austera expresión de religión civil que a un despendolado carnaval.Es cierto que algunos partidos han crecido en porcentaje de votos y número de escaños (PP y EH); otros han mantenido el porcentaje de voto que tenían, pero han crecido en escaños (PSE); otros han visto disminuir su porcentaje y sus escaños (PNV y EA), y otros, por fin, han experimentado una fuerte caída en votos y escaños (IU y UA). Pero, al margen de la distorsión que sobre la asignación de escaños genera la particular representación en el Parlamento vasco de los tres territorios históricos (de manera que obtener un escaño cuesta alrededor de 6.000 votos en Álava, 20.000 en Guipúzcoa y 35.000 en Vizcaya), tras las elecciones del domingo las grandes cifras no han cambiado: el voto nacionalista suma 41 escaños, los mismos que en el Parlamento de 1994. Y no olvidemos que éste era, se diga lo que se diga ahora, el gran indicador del cambio supuestamente experimentado por el electorado; el cambio que iba a marcar un antes y un después. El choque de trenes nacionalistas -Lizarra contra Ermua- ha servido más para tentar la fuerza del contrario que para ejercer la propia. Como dos viejos machos cabríos, tras el primer topetazo, los contendientes han quedado aturdidos, sorprendidos de la capacidad de empuje del contrario. Se saben fuertes, pues permanecen en pie, pero también han comprobado la fortaleza del rival. Nadie debería jalearlos para continuar el combate.

Nadie debería pretender tomarse la revancha. La realidad plasmada por las elecciones del 25 de octubre es consistente. Estamos contemplando algo así como el sustrato político vasco, la obra de ese paleontólogo sabio que descubre, bajo las adherencias generadas por el curso del tiempo, las formas primigenias. Lo que hay es lo que somos. Tal vez en posteriores confrontaciones electorales la coyuntura o la voluble participación electoral (que desde 1977 hasta 1998 ha oscilado entre el 80% y el 53%) puedan modificar la correlación de votos o escaños, pero no será fácil modificar la realidad de fondo: un sector nacionalista convertido en imprescindible eje institucional, un sector estatal obligado a colaborar (desde el Gobierno o desde la oposición) en la gestión de las instituciones y un núcleo radical antisistema. Lo que seamos en el futuro se construirá a partir de esa realidad, sin pretender cambiarla demasiado.

Nunca habrá estado tan claro como hoy que la nación vasca es, en todo caso, un proyecto político a construir, pero no una realidad histórica a descubrir. La pluralidad política de la sociedad vasca, reflejo de su más profunda pluralidad cultural y cosmovisional, ha irrumpido sin miedo ni vergüenza en estas elecciones. Pluralidad aún insuficiente como para conformar un paisaje de vasos comunicantes: la competencia electoral en el País Vasco es, fundamentalmente, "intraespecífica". Se compite dentro de cada uno de esos campos en los que se acostumbra a dividir la escena política vasca: nacionalistas y no nacionalistas. Son escasos los trasvases de votos de una comunidad electoral a otra. Infinitamente más escasos que los trasvases de diálogos, de esfuerzos, de convivencias, de afectos que se producen cotidianamente en el País Vasco y que nos permiten hablar de la existencia de dos grandes comunidades políticas, pero no de dos comunidades sociales. También se ha mostrado falaz la repetida cantinela sobre el carácter no nacionalista de la abstención. Ya no quedan territorios políticos por conquistar. Ya no hay frontera electoral hacia la que avanzar con el fin de provocar un vuelco en la situación.

PNV y EA han aguantado con diversa suerte, volviendo a ser las dos fuerzas responsables de conformar el futuro Gobierno vasco. PP y PSE han experimentado incrementos importantes, si bien a costa de un enorme esfuerzo; han volado alto, pero para hacerlo han tenido que usar todo el lastre que portaban. IU ha sufrido las consecuencias de la misma paradoja social y política que sufrió EE, sólo que en menos tiempo: existe un espacio político en el País Vasco construido desde la transversalidad, un espacio mestizo entre las dos grandes comunidades políticas, pero quien pretende ocuparlo más temprano que tarde acaba siendo succionado por un vórtice electoral, quedando tan sólo un hueco, un agujero, un agujero negro. Al margen de cuáles sean sus mensajes de consumo interno o externo, EH no debería construir su nueva etapa política sobre una falacia: mucho de su voto, en particular mucho de su voto recuperado y del nuevo, no es continuidad, sino ruptura con su tradición política; muchos la han votado no para hacer más de lo mismo, sino para hacer otras cosas.

A partir de ahora llegará el momento de la gobernabilidad. Adversarios irreconciliables hasta el día 24 comenzarán a pensar en pactar. Se apearán del frentismo y caminarán por la vereda del diálogo. Matizarán sus expresiones públicas. Que nos echen la culpa a los ciudadanos por haber jugado al empate, por no haber posibilitado un vuelco del mapa electoral. Aunque nos feliciten en público, es probable que muchos nos acusen en privado de pusilánimes. Bien está. Pero que no nos digan que en estas elecciones han descubierto una sociedad vasca muy distinta de la que conocían antes. Somos los mismos. Nosotros, los verdaderos ciudadanos vascos.

Imanol Zubero es profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco y miembro de Gesto por la Paz.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_