Aritmética
Acabadas las elecciones vascas se puede caer en la tentación de practicar las usuras aritméticas. Tanto te han votado, tanto vales. Pero el problema vasco confirma que a veces la política de mercado traduce una correlación de fuerzas insuficiente; hay fuerzas explícitas e implícitas que tienen una entidad superior a su cuantificación, por ejemplo, el miedo, y por encima del miedo, el impulso colectivo y necesario de superarlo.Las semanas anteriores a las elecciones aportaron al paisaje de Euskadi una construcción prodigio, de mayor medida e interés histórico que el bellísimo iceberg del Museo Guggenheim, nada menos que el imaginario de la paz. O ese imaginario era un siniestro muñeco hinchable para que decantara votos y luego pincharlo cuanto antes o era como un fumetto esperanzador sobre la línea del cielo vasco, un augurio laico. La ocasión propició que palabras como negociación, derecho a la autodeterminación, acuerdo político, dejaran de ser tabúes o salieran de las cloacas de la doble verdad, el doble lenguaje, la doble contabilidad de los fondos reservados. Se convirtieron en palabras de uso público, y se comprobó que no asustaban, a lo sumo pillaban por sorpresa a ese público al que se ha estado engañando vendiéndole lunes, miércoles y viernes que ETA estaba en las últimas, y martes, jueves y sábado, que no hay que negociar con asesinos. Los asesinos no son tontos, y con el tiempo pueden llegar a tener el Nobel de la Paz. Ha habido casos. Cuando hay que negociar buscan intermediarios aceptables y, como decía aquel proverbio chino, lo importante de los intermediarios no es que sean blancos o negros, sino que cacen acuerdos.
De eso se trata, de conciliar el espíritu de Ermua, la movilización inicialmente espontánea contra la irracionalidad de la muerte, con el espíritu de Irlanda. A ver si acabamos de una puñetera vez con esto y podemos dejar de hacer de espiritistas.
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