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Reportaje:

Harvard lucha contra los suicidios

Psicólogos y consejeros se incorporan al equipo docente de la universidad tras la muerte de un estudiante

Jason Altom era un estudiante de química a punto de conseguir el doctorado con brillantez. Después de media vida rodeado de probetas y tubos de ensayo, después de conseguir un expediente académico a la altura de la Universidad de Harvard en la que estudiaba, Jason Altom decidió tomar un sorbo de cianuro, que terminó con su vida en cuestión de segundos. Antes había enviado una nota a su familia en la que pedía a sus padres y a sus amigos que entendieran por qué lo había hecho: ya no soportaba más la presión de ser estudiante. Es el segundo suicidio en el departamento de Química de la Universidad de Harvard en los últimos dos años. El científico encargado de esa sección y de esos alumnos está también a la altura del prestigio que merece la que muchos consideran la mejor universidad del mundo: Elias J. Corey, premio Nobel de Química en 1990.

Los que han pasado por esa experiencia aseguran que nada puede frustrar más la vida docente de un profesor que el suicidio de un alumno. Corey asistió al funeral en Oak Ridge (Tennessee), una pequeña localidad interior que en nada se parece a la lejana ciudad de Cambridge (Massachusetts) en la que está la Universidad de Harvard, o quizá habría que decir que es la ciudad de Cambridge la que está dentro de la Universidad de Harvard. "Venía a mi despacho más que ningún otro de mis alumnos", dijo Corey ante la familia del estudiante.

En la nota que había escrito antes de hacerse con una pequeña dosis de cianuro en el laboratorio universitario, Altom desvelaba la cara oculta de su vida de estudiante. "Lo que voy a hacer podría haberse evitado", escribió antes de acabar con su vida; "aquí, los profesores tienen demasiado poder sobre las vidas de sus estudiantes". No era, sin embargo, una nota redactada contra el profesor al que admiraba, sino contra el sistema.

Las universidades de este país mezclan porciones explosivas de estrés y competitividad en sus alumnos. La tasa de suicidios universitarios es la mayor de la historia y el problema se extiende ya hacia edades más tempranas. El suicidio es en muchos Estados la causa principal de mortalidad entre los estudiantes, más que los accidentes de tráfico.

Un curso de posgrado en universidades como la de Harvard puede generar una factura anual que supera los 25.000 dólares (3,5 millones de pesetas). Los alumnos tienen sobre sus espaldas el peso de una deuda colosal, que en muchos casos intentan saldar con trabajos a tiempo parcial o con créditos que deberán pagar durante una larga etapa de su vida. Hay dos formas de evitar que un estudiante embargue buena parte de su futuro en sus estudios. Una, la más fácil, tener una familia rica; otra, más habitual, estudiar de forma intensa y exclusiva para lograr calificaciones capaces de garantizar una beca.

Contra este sistema educativo escribió Altom sus últimas palabras. No era una metáfora: su vida estaba, realmente, en las manos de un solo profesor. De sus notas y de la valoración de su esfuerzo dependía el futuro de su vida.

Esa presión hace que cada año 5.000 estudiantes de entre 15 y 24 años se suiciden en Estados Unidos. Los psicólogos aseguran que no es la depresión, sino la presión, la que dispara esa estadística. El estrés de ser estudiante deja cada año más víctimas que la violencia entre bandas juveniles. Datos: cada dos horas se suicida un estudiante en EE UU; cuatro de cada 10 alumnos piensan eventualmente en el suicidio; 15 de cada 100 consideran seriamente la posibilidad de acabar con sus vidas, y cinco de cada 100 lo intentan.

La muerte de Altom ha tambaleado la estructura de la universidad en la que estudiaba, por primera vez en su larga historia. Cada departamento se encargará a partir de ahora de que no sea un solo profesor el que esté a cargo de la elaboración de las tesis de los alumnos, sino un equipo docente que incluirá consejeros y psicólogos. Los estudiantes deberán asistir a conferencias sobre cómo administrar el tiempo, cómo estudiar y cómo hacer frente a la presión universitaria. Y una conferencia más para los alumnos extranjeros, que son cientos en Harvard: cómo entender las peculiaridades de un sistema universitario como el de Estados Unidos, que genera una competencia entre los alumnos inédita en cualquier otra parte del mundo.

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