No hay persecución

De vez en cuando se publica alguna carta que protesta por una supuesta campaña contra la Iglesia católica. La broma es que dicha Iglesia tiene un poder magnífico de dimensiones colosales: domina medios de comunicación; posee organizaciones que acumulan poder económico privado e influencias en poderes públicos; se nutre en cantidades opacas e inimaginables de presupuestos nacionales, autonómicos y locales; obtiene y disfruta privilegios avalados constitucionalmente e impensables en países donde hay libertad religiosa. Un poder tan inmenso

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que muchos pensarán que exagero. Sus dirigentes llaman asesinos y terroristas a quienes, como ellos, no piensan y después se quejan de falta de respeto. Imponen sus ritos y credos en la vida pública y piden que no les coartemos su libertad, porque son mayoría. Se introducen en la educación pública para adoctrinar niños y, de paso, obligar a los que no asisten a hacer otra cosa con la palabra libertad en la boca. Han tenido tantos privilegios durante tanto tiempo que ven justo continuar con ellos.

Lamento que se sientan perseguidos, pero no es cierto. Son sus obispos quienes montan campañas, éstas sí insultantes, y nos descubren un rostro tenebroso que nos trae ecos de una historia de intolerancia que ya creíamos habían superado.-