O'Meara cierra a lo grande su año
El estadounidense derrota a su amigo Tiger Woods en la final del Mundial 'matchplay'
Mark O'Meara, un veterano jugador de 41 años, nunca olvidará 1998, el año en que se convirtió en el mejor golfista del mundo. En abril fue el sorprendente ganador del Masters de Augusta; en julio, del grande europeo, el Open Británico, y ayer se impuso en el Mundial matchplay (cuentan los hoyos y no los golpes en partidos cara a cara de 36 hoyos). Un año mágico cerrado con una victoria de prestigio, tanto por la calidad del torneo, como por la personalidad del jugador a quien derrotó en la final: su compatriota, vecino,amigo y protegido Tiger Woods. No hay dos personas que ofrezcan una imagen más diferente de lo que es un jugador profesional de golf que Mark O'Meara y Tiger Woods. La irrupción de este último con su apabullante victoria en el Masters de 1997 fue, para todos los medios, el Acontecimiento, el hecho que cambiaría la historia del golf, la forma en que los aficionados lo perciben y el arrinconamiento del jugador americano medio, el blanco de mediana edad, muy profesional y muy regular, pero poco espectacular. Uno, O'Meara, típico padre de familia, burgués y poco dado a los sobresaltos; el otro, el Tigre, un joven de 22 años, amante de las hamburguesas y de ir por ahí con sus amigos. Y los dos se hicieron amigos.
Woods, que es californiano, se fue a vivir a la otra costa (a Orlando, Florida) para alojarse al lado de O'Meara, el jugador a quien había elegido como mentor y padrino en su primer año en la PGA. Con O'Meara se entrenó, con O'Meara jugó partidos de amigos y con O'Meara aprendió en dos meses todo lo necesario para ganar el Masters. Pareció llegado el momento del relevo. Pero un año después, todo cambió. Woods no se autoimpuso la chaqueta verde de Augusta por segunda vez, sino que se la tuvo que imponer a su pote O'Meara. Y fue éste también el que levantó la jarra del Open Británico, un gesto que aún no ha podido hacer el prodigio de California. Y ayer, O'Meara cerró el paso por tercera vez a su amigo. No deja de ser otra forma de ejemplificarle cómo ser un campeón.
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