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Los poemas del tendero

Plantó su primer árbol, un olivo, antes de cumplir los 15 años, edad en la que se hizo desertor del arado. Tuvo su primer hijo en 1936, que dejó de mamar al primer mes de lactancia y lo obligó a acaparar toda la leche condensada de su tienda de comestibles y bebidas. Con 88 años publica su primer libro, Poemas en la Memoria. Ésta es una posible biografía de Manuel Roldán, cuya puesta de largo literaria tuvo lugar ayer en una librería sevillana, arropado por los poetas, pintores y bohemios de los Cuadernos de Roldán que a él deben su nombre. Nació en Castillo de Locubín, pueblo de la provincia de Jaén. Su padre, campesino, se cayó en una zanja, quedó manco del brazo derecho y de paso libró a sus tres hijos del servicio militar. "El desastre de Annual, cuando los moros entraron a las puertas de Melilla, se cargó una quinta entera de setenta mozos del pueblo". No es la primera vez que una fatalidad clínica se convierte en talismán. Manuel Roldán, viudo desde el día de Reyes de este año, se hizo poeta gracias a una fractura de la espina dorsal que se produjo cuando quiso hacer halterofilia con una garrafa de vino. "La espina dorsal es la percha donde se cuelga todo el cuerpo. Como la tengas estropeada, adiós hombre". Con la operación "me quitaron la inteligencia" hasta que un buen día nació en él el poeta que llevaba más de siete décadas viviendo de alquiler en su cuerpo. "Empecé a recordar, a comprender, me puse a escribir y me hice poeta. Yo mismo me reía de los disparates que se me ocurrían". Se vino a Sevilla en 1924 y el 4 de diciembre de 1930 se estableció en una tienda de la calle San Vicente esquina con Santa Ana donde despachó durante 58 años. Antes de que en 1988 naciera allí la tertulia literaria que lleva su nombre, cuyos miembros viajaron en 1991 a Lisboa para homenajear a José Saramago -"yo, como soy de campo, le digo Jaramago"-, Roldán vio de todo desde su negocio: a Queipo de Llano, al cardenal Segura. Pero fueron los comunistas de la calle Teodosio los que mucho después iniciaron una romería para conocer a un tendero que según decía Paulino, el sastre afincado en esa calle, escribía unos poemas "con bastante sentido". "He sido más polifacético que otra cosa". Los manuscritos de sus poemas conviven con gráficos de los aparatos de radio que sigue reparando para vecinos y conocidos. Aprendió el oficio gracias a un primo que se colocó de electricista durante la Exposición del 29. Se sabe de memoria el himno de aquella muestra iberoamericana. Antes de que llegaran los bohemios y los intelectuales, las pasó canutas. "Llegaba la autoridad y te multaba por cerrar cinco minutos tarde, como si estuvieras cometiendo un crimen cuando le estabas haciendo un favor a la humanidad". Le gastaron bromas cuando otro Roldán acaparaba portadas de periódicos. Su vivienda de la calle Iriarte está presidida por las fotos de sus dos bisnietos. Este poeta habría sido un gran prosista. La vida entera pasó por su tienda. "Se levantaban las mujeres y venían a contarme cosas que ni me importaban, pero yo atendía a todo el mundo. Para estar detrás del mostrador, perdón que lo diga así, hay que tener una educación especial. Ya sabe: ver, oír y callar. Vista larga y paso corto, como la Guardia Civil". Ayer escuchó a duras penas los elogios de los huéspedes de Roldán. "Antes oía andar a los ratones por el suelo, pero un día un cohete me estalló cerca del oído. Siempre tuve un memorión, pero los años me van achicando, me van avasallando".

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