Holanda abre un campamento para hacer frente a la ola de refugiados
Más de un centenar de tiendas de campaña del Ejército clavadas en un barrizal en medio de la nada en Holanda. Y dentro, decenas de kosovares, iraquíes, iraníes, rusos... Familias enteras, mujeres, hombres, viejos y niños esperando que el Gobierno holandés comience a tramitar sus solicitudes de asilo o los ponga en un avión de vuelta a casa. "No good, no good", es lo poco que atina a decir Wiysi, un iraquí de 24 años mientras chapotea en los charcos de agua que hay en el suelo de plástico de su tienda.
Al igual que sus seis compañeros de habitación, Wiysi llegó a principio de la semana a Holanda. Precisamente el día en que el Ministerio de Justicia estrenaba una nueva política para hacer frente al flujo de refugiados que no deja de aumentar.En parte por imposibilidad para encontrar alojamiento a los cerca de 1.500 extranjeros que piden semanalmente asilo y en parte por crear condiciones que tuvieran un efecto disuasorio, las autoridades decidieron montar un campamento en el terreno de un cuartel del Ejército en la localidad de Ermelo, en el centro del país.
"A las tiendas sólo se está enviando a la gente con la que ya no se da abasto y permanecen allí el tiempo necesario hasta que quedan plazas libre en los otros centros de acogida", explica Dode Ackers, del Servicio de Inmigración y Naturalización del Ministerio de Justicia. Son unas 70 personas diarias las que las autoridades van enviando desde el lunes al campamento como una riada interminable. Cuando llegan los militares y representantes de las organizaciones de refugiados, les dan mantas y les adjudican una de las tiendas verdes que tiemblan bajo las inclemencias del clima holandés. Los más privilegiados llegan en autobús, a los menos los ponen en un tren que se detiene a cinco kilómetros de la zona empantanada. Los vecinos de Ermelo, impresionados, han organizado turnos para esperarlos y trasladarlos en sus coches privados. Las imágenes de niños embarrados y rostros desesperanzados llevándose la comida desde la gran tienda central hasta sus camastros han causado gran conmoción en Holanda. El Ministerio de Justicia ha reconocido que se ha excedido en "la austeridad del alojamiento" y está a la búsqueda de soluciones inmediatas.
Autoridades desbordadas
Hasta hace poco la infraestructura que tenían montada las autoridades era suficiente para, al menos, atender de inmediato a las decenas de personas que se presentaban diariamente en alguno de los tres centros que hay en el país. Si su caso era muy claro y provenían de los denominados países "seguros" eran deportados casi inmediatamente. El resto de los solicitantes eran alojados en diferentes lugares con más o menos comodidades hasta que se solucionaba, en uno u otro sentido, su situación. Últimamente el ministerio no tiene capacidad ni para iniciar los primeros trámites."En los últimos meses la llegada de gente ha aumentado demasiado rápido", dice Fronnie Biesma, de la Asociación de Trabajo con los Refugiados, que culpa también al Gobierno de taponar las plazas con su lentitud en la toma de decisiones.
Lo cierto es que en Holanda el número de llegados crece más rápido que en resto de Europa. Mientras que la media en los países cercanos se cifra en un 11% más que el año pasado, en Holanda han llegado hasta ahora 30% más solicitantes de asilo que en 1997. Una comisión parlamentaria está investigando las razones por las que el país resulta tan atractivo, aunque seguramente los subisidos, las casas y las ayudas sociales que reciben los asilados en cuanto se admiten sus papeles juega un papel importante.
A Mohamed, que ha pasado las últimas horas tirado en un camastro húmedo, debajo del que guarda un pequenísimo maletín que contiene todas sus pertenencias, poco le importaba todo eso cuando salió de Sudán. Fundamentalmente porque no sabía ni a qué país se dirigía, tan sólo que iba a Europa. Por el viaje escondido en un barco pagó cerca de 4.000 dólares. Cuando llegó alguien del barco, le dijo que estaba en Holanda y le recomendó que se pusiera en manos del primer policía que encontrara. De la comisaría lo enviaron a la tienda de campaña.
Pero a pesar de la falta de duchas, de lo lejísimos que están las letrinas y del frío, el viento y la lluvia que se filtran a través de los plásticos, Mohamed no osa quejarse. Al fin y cabo come todos los días y no le persigue nadie.
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