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El pragmatismo del pacto

El bronco debate ideológico es compatible en Euskadi con una amplia experiencia de Gobiernos de coalición

"Ser más, aparentar menos", dice la máxima prusiana. En la política vasca se tiene muy en cuenta esta máxima y se aplica adaptada a su peculiar situación: dado que somos poco, aparentemos mucho, se dicen los partidos. Esto explica en parte la paradoja de la política vasca. A alguien ajeno a ella, que observe el grado de crispación que puede llegar a alcanzar, podría desconcertarle ver que, paralelamente, los partidos se ponen de acuerdo para gobernar ayuntamientos, diputaciones y el propio Gobierno autonómico. Aparentemente, existe una altísima tensión entre las distintas formaciones. El debate es denso, abrupto a veces. Pero, en paralelo, desde que el 30 de enero de 1985, José Antonio Ardanza, por el PNV, y Txiki Benegas, por el PSE, firmaran el pacto de legislatura en Ajuria Enea, las coaliciones de gobierno son la norma en las instituciones vascas. Tensión y fuerte carga ideológica, de un lado, y sutil cultura del acuerdo y pragmatismo, de otro.Es precisamente en estas elecciones cuando dicha paradoja ha alcanzado su clímax. Son éstos unos comicios convocados para asignar una mayoría a un Gobierno que deberá aplicar su programa en un marco bien delimitado por el Estatuto y la Constitución. Es una partitura que interpretarán todos los partidos (salvo HB-EH). Sin embargo, al hilo de su nueva estrategia, los nacionalistas están poniendo en tela de juicio sumaria dichas normas básicas de convivencia.

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Combinaciones múltiples

En esa aparente incompatibilidad existe una fuerte afinidad que emana de la propia sociedad vasca. Desde las fechas de la transición, ésta ha cambiado profundamente. Si ya lo era, se ha hecho aún más compleja, ha logrado cohesión en los valores del progreso, ha adquirido nuevas cotas de modernidad y experimentado un gran cambio tecnológico y cultural, se ha adentrado en la sociedad de consumo de fines de siglo y ha desarrollado unas amplias clases medias que le dan una estabilidad estratégica. Como ha ocurrido con el resto de España, ha ido nivelándose progresivamente con su entorno europeo occidental y su estructura económica, en renovación, es similar a otras europeas, caso de Baviera, Renania o Sajonia. Siendo aún fuertemente industrial (especialmente Álava, con un 42% de su PIB), avanza hacia el sector terciario (más en Vizcaya, con un 51,6% frente a un 32,4% de producción industrial; Guipúzcoa se reparte en un 45,9% y un 39,6% respectivamente).

Y es esa sociedad la que exige una buena gestión y administración de los recursos y de la cosa pública. Para ello no queda otro juego que el juego de las mayorías ágiles y eficaces. De ahí que, a lo largo de los últimos años, en el País Vasco se hayan registrado varios Gobiernos de coalición, sin duda condicionados por la ya pertinaz dispersión del voto. Esa práctica dio paso a una saludable cultura del pacto que se ha seguido sin sobresaltos. Ése era el nivel de la política normalizada y del juego de mayorías.

Sociedad fraccionada

Pero ésta es una parte de la realidad. La otra es el fraccionamiento de la sociedad vasca en universos que se justifican a sí mismos y la falta de una serie de convenciones comunes que lo articulen en aspectos básicos. La primera realidad disgregadora es la provincia. No es ésta una realidad más o menos difusa, sino que, de acuerdo con los usos forales, se la ha instituido de varias formas. En primer lugar, a través de las Diputaciones, titulares de un instrumento tan poderoso como son los Conciertos. Existen infinidad de instituciones (caso de la Universidad pública) e infraestructuras (aeropuertos, carreteras) articuladas con base provincial. Las provincias existen (como unidades de identidad, económicas y de cultura) y hasta han generado sus propias dinámicas políticas, con distintos partidos dominantes en cada una o movimientos secesionistas: el caso de UA en Álava. El idioma, con todos sus referentes de cultura, es otro factor disgregador y de diferenciación. Hay zonas en el País Vasco, como Tolosaldea, Bajo Urola o Markina-Ondarroa, con índices de entre el 70% y el 85% de vascohablantes, mientras que otras, como los Valles o la Montaña alavesas, tienen índices del 1% y el 2% (llaman "vascos" a los guipuzcoanos en un juego de alteridad). El propio Gran Bilbao no pasa de tener un 9% de vascohablantes. El 100% de los votantes de UA son castellano-hablantes mientras que HB tiene un 58% de vascohablantes frente a un 24% de castellanohablantes.En esas circunstancias, la tentación de elaborar un discurso bronco con el que atraerse a bases seguras ha sido notable, lo que, a su vez, ha acentuado las fracturas. En todos estos años se han venido discutiendo con aspereza asuntos constituyentes y básicos de la sociedad vasca: su territorialidad (la llamada Ley de Territorios Históricos provocó la escisión en el PNV; el asunto alavés; la incorporación de Navarra), la escolarización en uno u otro idioma. Temas que requieren una política de consenso y que, por el contrario, se emplearon para obtener simples mayorías.

Por lo demás, una mutua deslealtad -la falta de aceptación de la Constitución vigente por parte del Partido Nacionalista Vasco y un cicatero, por desconfiado, tratamiento del Estatuto por parte del Gobierno central- han hecho el resto. El empleo de temas tan delicados en la pugna política diaria y la tentación de levantar el tono para asegurarse un electorado fraccionado -a lo que habría que añadir el dramatismo derivado del terrorismo y la violencia callejera- dan ese tono crispado a la política vasca.

En ese contexto se ha producido el cambio de estrategia del PNV cuestionando la propia Constitución (declaraciones de Barcelona y Lizarra) y la tregua de ETA. Las elecciones se plantean así como una discusión de temas constituyentes, que requerirían un consenso profundo, en términos que van más allá del elemental juego de mayorías simples ("que el pueblo vasco decida", repite el candidato Juan José Ibarretxe). La crispación política ha vuelto a subir grados; el pragmatismo tal vez lo recuperemos el día 26 de octubre. Es quizá hora, si ETA lo permite, de terminar con esa esquizofrenia y aplicar el consenso a las normas básicas de convivencia. Ser definitivamente más y aparentar menos.

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