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Reportaje:

Limpio para siempre

El Ejército británico descubre, tras exhaustivas pruebas químicas, un tejido impenetrable a la suciedad

Isabel Ferrer

Cuentan las crónicas ciudadanas que el más galante de los poetas de Barcelona manchó voluntariamente un día su reluciente esmoquin al contemplar la desolación de la dama que compartía su mesa en una cena de gala. El camarero había derramado sobre el elegante vestido de seda de ésta la salsa de la fuente que servía. En un gesto rápido, aunque no exento de cierto interés, nuestro héroe, que prefiere permanecer en el anonimato, hizo lo propio con su traje. De haber contado con el nuevo descubrimiento del Ministerio británico de Defensa -una tela resistente a cualquier lamparón-, el arte de la seducción poética habría tomado, sin duda, otro camino.En un alarde de adaptación a los nuevos tiempos políticos, el mismo laboratorio gubernamental dedicado en su día a la investigación del armamento químico y biológico cree haber dado con el tejido del futuro. En su búsqueda del uniforme más resistente y limpio que hayan visto los ejércitos, los expertos del Centro de Estudios y Pruebas de Defensa, a cargo ahora de la antigua planta militar de Porton Down, ha aprovechado las propiedades de los gases para producir telas que repelen las manchas.

Paradójicamente, los actuales líquidos protectores con que son tratadas suelen dañar la textura de los tejidos. El utilizado ahora en el Reino Unido ha sido expuesto a una descarga eléctrica emitida a través del gas que llena una sala precintada y dispuesta para el tratamiento. Así aplicado, el fluido penetra en la tela y forma una amalgama imposible de separar de sus fibras. Si el procedimiento es aplicado de la forma correcta, la superficie de la tela presentará al final una estructura molecular transpirable, pero también impermeable a cualquier tipo de suciedad, según los informes del dominical londinense The Sunday Times.

La pintura de los coches modernos, aplicada en tanques y con ayuda de campos electromagnéticos, bebe del mismo principio. "Si los nuevos tejidos son perfeccionados, la industria textil puede empezar a temblar", ha sugerido Stephen Gray, jefe del centro informático de investigación del vestido de la Universidad británica de Nottingham. Para algunos diseñadores, no obstante, sería la solución a sus problemas más acuciantes. Jemima Khan, hija del fallecido millonario británico James Goldsmith, un antieuropeo furibundo hasta su último aliento, no puede evitar ahora que los bordados de sus colecciones lleguen al taller llenos de manchas de comida. Casada con Imran Khan, antiguo capitán del equipo paquistaní de criquet y residente en Lahore, idea vestidos de fina seda cosidos por las mujeres locales en sus hogares. Como las cabañas están a menudo llenas de barro, restos de salsa curry y dedos de niños aparecen por todas partes en unas creaciones difíciles de lavar. A 200.000 pesetas el conjunto, ofrecerlos en perfectas condiciones a las clientas resulta para ella esencial. El célebre Paul Smith también considera que es un hallazgo brillante. "Sólo me preocupa", comenta, "que pueda afectar a la calidad de los tejidos y a la facilidad para su manipulación".

Otras modistas no están tan seguras de las ventajas que reportará el tejido en apariencia más limpio. Amanda Wakeley, presente en la pasada semana londinense de la moda, ha declarado ya que le produce sentimientos encontrados. Se frota las manos al pensar en una chaqueta de ante muy pálido y resistente al roce. Al mismo tiempo, reconoce que no podría llevarla sin lavar. El olor a tabaco o comidas adherido a su cuerpo no le atrae demasiado.

La prensa británica ha comparado enseguida la investigación de Defensa con una película autóctona de los años cincuenta titulada El hombre del traje blanco. El protagonista era el ahora venerado Alec Guinness, en la piel de un tímido químico. Salida de su laboratorio, la tela que nunca se mancha acaba provocando su ruina. Con el tiempo, las empresas textiles descubren los peligros de un producto que no necesita ser sustituido con demasiada frecuencia.

Y como los políticos en apuros inspiran últimamente un humor más bien negro, hay quien apunta ya que la tela en cuestión ha llegado demasiado tarde para el presidente Bill Clinton.

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