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Una familia llamada solidaridad

Antonia le ha visto la cara a la soledad y a la desesperanza. Su marido, drogadicto, vendió la casa en la que vivían, la abandonó e internó a sus dos niños en un centro para menores. Durante un tiempo mendigó, malvivió en un derribo y lloró la ausencia de sus hijos. Hasta que un día también descubrió el rostro de la solidaridad. El de Ignacio Pereda y el de la fundación que preside en La Zubia (Granada), precisamente Escuela de Solidaridad. Allí la acogieron, le dieron un techo, la animaron a encontrar un trabajo y, una vez normalizada su situación, Antonia consiguió recuperar a sus dos hijos y su diginidad como mujer. Hoy vive con ellos en Brácana, una pedanía de Tocón de Íllora, en una de las tres casas que la fundación tiene en la provincia. Escuela de Solidaridad puso en marcha hace año y medio el programa Mejor con mamá para acoger a familias desarraigadas: madres e hijos que por su precaria situación económica acabarían separados, con los niños internados en centros de menores. Es la primera institución que ofrece esta posibilidad en Andalucía, ya que hasta ahora sólo se contemplaba la acogida de los niños sin sus madres. La fundación tutela a más de 40 personas de forma gratuita con la pretensión de que puedan iniciar una nueva vida familiar. De hecho, asegura Ignacio Pereda, ya constituyen una gran familia. "No somos un centro social. No tenemos estructura burocrática: no hay director, ni funcionarios... Quienes trabajamos aquí lo hacemos de forma altruista y para ayudar a la gente". Pereda lleva 15 años viviendo con chavales abandonados. Primero en un centro religioso y luego creando su propia asociación, El Bosque, en 1995. En ambos mantuvo convenios con la delegación de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía para trabajar bajo la figura de hogar funcional de menores. Algo que le planteaba un problema: cuando los jóvenes cumplían los 18 años tenían que marcharse. "Esto iba en contra de la idea de consolidar un gran grupo familiar. No se trata de solucionar su problema rápidamente y que se vayan. Es necesario que se sientan a gusto, que disfruten el ambiente de una casa a la que pertenecen", explica. La demanda voluntaria de los propios adolescentes para quedarse y la necesidad de mantener unidos a madres e hijos con problemas animó a Pereda a constituir una fundación en 1997. En estos momentos no tiene ningún convenio con Asuntos Sociales, lo que le permite acoger a personas sin límite de edad pero también le acarrea algunos problemas. "Es una etapa bonita pero difícil", señala. Con la fundación colabora una decena de voluntarios. Todos se han integrado en la familia y viven en las residencias de la comunidad. Cada uno asume una tarea. Igual que las personas acogidas. Los hijos, con edades comprendidas entre tres meses y 26 años, han llegado de todos los rincones de España e, incluso, de Marruecos. Como Hossan, que se encarga de reparar bicicletas. La mayoría acuden a talleres de formación de la propia fundación o externos; y otros, los que no han sufrido fracaso escolar, van al colegio. Escuela de Solidaridad asume también los gastos de educación universitaria de dos de sus miembros. Para muchos, la fundación es lo más parecido a una familia que han vivido nunca. El dinero para el mantenimiento de las tres casas de acogida y de sus ocupantes les llega gota a gota a través de donaciones privadas y subvenciones públicas.

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