_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hacia una vieja novela

La novela, qué duda cabe, es una invención española. La picaresca no tiene antecedentes en la Antigüedad, como quieren los que proponen El asno de oro o esa combinación de amor y humor que es El satiricón. Pero la novela moderna surgió como parodia de los libros de caballería. Sin embargo, Cervantes, que es de una inteligencia prodigiosa y hace prodigios con su escritura, llama a Don Quijote libro y no novela. Aunque quiere ser "el primero que ha novelado en lengua castellana". Lo dice en su prólogo a las Novelas ejemplares, que no son novelas, sino cuentos o novellas. Llama la atención que Cervantes nunca recuerda al Infante Juan Manuel y su Conde Lucanor, cuyos ejemplos (léase cuentos) anteceden a los de su declarado maestro Boccaccio. El Quijote es, por otra parte, la culminación de la novela picaresca. ¿Será esto lo que la hace desaparecer de España, pero no de Inglaterra ni de Francia, en los siglosXVIII y XIX?Como ha demostrado Cervantes con sus novelas dentro de la novela, en la novela todo cabe. Desde la pretensión de realidad factual de Robinson Crusoe hasta la parodia con la salvaje indignación de Swift en Los viajes de Gulliver. Pero el realismo puede ser un arma peligrosa en manos del autor, y de sus lectores. Los últimos apedrearon la casa de Defoe cuando confesó a un periodista temprano que Crusoe no era real. Lo había inventado todo: viajes, naufragio, la isla. Estamos ante la realidad como un fracaso de la invención. Cervantes no sufrió tal repudio y, sin embargo, en el mismo comienzo del Quijote ("En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme") hay una declaración astuta: recordada y al mismo tiempo un fracaso voluntario de la memoria. Desde entonces se le cita como un modelo de inicio.

La novela no es un género (aunque haya géneros en Quijote dentro de la novela), sino una forma literaria, como la poesía o el teatro. Vaticinar o aceptar el vaticinio de que la novela ha terminado es como decir que la poesía está acabada o el teatro agoniza. Se puede decir que subgéneros como la novela pastoril o la novela épica, de caballería o no, no existen porque no tienen ya sentido o queda de ella solamente la parodia, como en Don Quijote. Aceptar que estamos leyendo muertos es prepararse para que uno de esos "cadáveres exquisitos" acabe por resucitar para ser condenado al mismo tiempo a una ultratumba literaria.

Hay un posible regreso a Dickens, maestro absoluto de la novela inglesa, que supo aceptar las limitaciones de la forma uniéndola a un sentido del humor que gana a los críticos todavía y a la vez consigue nuevos lectores. Por supuesto que hay un fenómeno surgido de la novela y no es la industria de best-sellers. Se llama cine. El cine sabe (o ha aprendido) contar y lo demuestra volviendo a contar libros de éxito popular, como es el caso de Parque jurásico. Por otra parte, el cine está presente, contando, animando a la novela desde 1915, cuando D. W. Griffith estrena El nacimiento de una nación, película de un gran éxito, mayor que la novela que lo origina, y al mismo tiempo transforma una novela mediocre en triunfo y origen de la forma de narrar en el cine.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La novela ha tenido, eso sí, innúmeros avatares. Uno de ellos, americano, tuvo su anuncio invertido proferido por un ensayista peruano, Luis Alberto Sánchez, que acuñó una vez una frase que lo hizo célebre -por un tiempo-. Dijo Sánchez: "América, novela sin novelista". Si vive debe haber lamentado su lema, porque si algo ha habido en América en los últimos años ha sido una plétora de novelas, cada una con su novelista adjunto. Así comenzó el mal llamado boom de los años sesenta que no ha muerto todavía. Aunque algunos tienen que darle al difunto respiración de boca a boca -en vez de, como solía, de boca en boca-.

Los novelistas anglosajones, aun los de más éxito, sobre todo los de más éxitos como Dickens, jamás crean escuela o emiten programas ad hoc. Los novelistas franceses, por el contrario, siempre crean escuela o dejan estela, como Flaubert con su mínima máxima "le mot juste", pidiendo lo imposible: la palabra exacta. Su lema era todo un problema. Emile Zola crea el naturalismo y una escuela literaria -el naturalismo-. Pero el futuro de la novela, francesa o no, no está en la estética de Robbe-Grillet hecha explícita en su ensayo Hacia una nueva novela. Robbe-Grillet ha dejado de escribir y ahora hace películas pobladas por modelos sinuosas que hablan con la voz del autor. Sin embargo, ni siquiera la novela, nueva o no, ha muerto. Siguiendo a Cervantes y a Petronio, hay que estar por una vieja novela. Es decir, la que se ha mostrado, todavía se muestra, como una religión, siempre eterna.

Guillermo Cabrera Infante es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_