Napoleón y las Américas
El callejero madrileño vino a situar las Américas en estos barrios modernos crecidos sobre los solares de Chamartín de la Rosa, uno de los muchos pueblos que anexionó la voraz capital en su expansión. Las calles y plazas dedicadas a las diferentes repúblicas hispanoamericanas se confunden entre sí para el ojo poco experimentado en este capcioso mapa que tiene en el último tercio de Príncipe de Vergara su eje principal.Barrio residencial, construido a la medida de una clase media acomodada, de edificios confortables y anodinos como el estamento al que estaban destinados. La plaza del Ecuador tiene una personalidad más definida como desequilibrado escaparate de arquitecturas y tendencias. Las vallas publicitarias coronan las tapias exteriores de un cuartel de la Guardia Civil tristemente famoso en el 23-F.
En la plaza del Ecuador desemboca la caudalosa y comercial arteria de Serrano, amansada en este tramo final, que no terminó de urbanizarse hasta hace unos años. Las últimas casas bajas, con sus talleres, tabernas y comercios, resistieron emparedadas entre nuevos y lujosos edificios hasta que desaparecieron los últimos descampados, vestigios de las huertas y los cultivos de una zona que los más veteranos del lugar aún conocen como Las 40 Fanegas, rústica denominación que sin duda no sería del agrado de los nuevos residentes, mucho más proclives a vivir en la zona de Serrano o en los aristocráticos predios de Chamartín de la Rosa, que antes de ser urbanizado fue sede de lujosas quintas y palacetes, casas de campo a las que se retiraban algunas familias nobles de la capital huyendo de los rigores del verano, los miasmas de la peste o las convulsiones de la política.
En estas llanuras de Chamartín soñó Napoleón una batalla imposible, a campo abierto, contra un hipotético ejército madrileño. El emperador, que tuvo su cuartel provisional en el palacio de la Duquesa del Infantado, nacida princesa de Von Salm, cerca de la actual estación ferroviaria, se quejaba del comportamiento de aquellos bárbaros que preferían defenderse encastillados en las calles de su ciudad. "Si quieren luchar", dijo Bonaparte a una delegación de parlamentarios que le pedían clemencia, "¿por qué no se alinean en formación de combate en medio de una llanura en lugar de atrincherarse en una ciudad exponiendo a inocentes como las mujeres, los niños y los viejos a ser víctimas de una hecatombe? Eso es un método de cobardes y de bárbaros".
Madrid y los madrileños fueron una fuente constante de quebraderos de cabeza para el emperador. Su primera decepción se produjo al ver que ningún vecino de la urbe salía a recibirle cuando llegó a la cabeza de su Ejército. Haciendo enorme sacrificio de su inveterada curiosidad, los madrileños ni siquiera se presentaron cuando el Gran Corso con sus mejores galas pasó revista a un grandioso desfile de sus tropas, que fue anunciado dos días antes, esperando que algunos habitantes de la ciudad fueran atraídos por la curiosidad y le tributaran algún homenaje. Así lo cuenta André François, conde Miot de Mélito y administrador de la casa del incomprendido y espurio rey José I Bonaparte. Para colmo de desdichas, en la casa de campo de la Duquesa del Infantado, concebida como residencia veraniega, no encontró Napoleón ni una sola chimenea para aliviar el riguroso clima del invierno madrileño.
Hoy los edificios de Chamartín de la Rosa tienen todas las comodidades de la civilización, la antigua llanura donde se fraguó la decepción napoleónica se ha convertido en un barrio confortable y cosmopolita. En la plaza del Ecuador, ocupada a medias por un aparcamiento, coexisten un restaurante argentino especializado en pasta, La Yema de Oro; un chino, Gran Paraíso, de recargada ornamentación exterior, y un mexicano, México Lindo, pionero de la especialidad, que abrió sus puertas en 1959, cuando en Las 40 Fanegas de Chamartín pastaban las cabras y deambulaban las reses de las vaquerías cercanas. Así lo cuenta Teresa Mateos, encargada del establecimiento y testigo presencial que hoy sigue atendiendo a sus clientes y preparando inmejorables margaritas.
Teresa Mateos, vestida siempre con su impoluto traje típico, recuerda entre los primeros clientes de la casa a las estrellas de cine que rodaban en unos estudios de la zona. Aquí atendió a Ava Gardner, a Charlton Heston o a Tyrone Power, y a los futbolistas del Real Madrid, cuyo estadio no queda lejos. Teresa recuerda también a un buen cliente de mala vida y peor muerte, al asesino Jarabo, habitual de otro restaurante de la misma empresa, El Charro, junto a la plaza de España.
Los dos primeros restaurantes mexicanos de Madrid, que se adelantaron varias décadas a la moda del tex-mex, fueron fundados por los hermanos Rocha, originarios de San Antonio, Tejas. Estos clásicos de la cocina mexicana sin aditamentos siguen ofreciendo la mejor y más sabrosa iniciación a la gastronomía azteca con una surtida variedad de especialidades, nachos, enchiladas, tacos, fajitas, chalupas, guacamole, frijoles refritos, mole poblano, jalapeños y otras preparaciones adobadas con salsas picantes y presentadas en platos combinados de degustación.
En la esquina de Serrano con Príncipe de Vergara, en el edificio más moderno de la plaza, el restaurante Príncipe y Serrano resume las cartas de nobleza de la cocina autóctona. Las viejas tabernas del barrio son ahora burguesas cafeterías, restaurantes acomodados y pubes selectos. En la plaza del Ecuador y sus alrededores, como síntoma de los nuevos tiempos, se combinan los comercios de lujo con las tiendas de "todo a cien". En la plaza hay una capilla camuflada en los bajos de un edificio, junto al clásico y superviviente bar de la esquina, el Quito.
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