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Llamadme Tony

Los asesores proponen a los gobernantes cosas tales como la triangulación. Al presidente Clinton se le ofreció la triangulación como un matrimonio entre la generosidad del progresismo y el realismo conservador. Así ha venido trazándose la Tercera Vía puesto que -según Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes- el error más enorme del siglo XX ha sido creer que el Estado sabe más que el mercado y por eso puede mejorar las tendencias espontáneas de la sociedad civil, suprimiéndolas si fuese necesario.Si el capitalismo no tuviese imperfecciones sería la única cosa perfecta sobre la Tierra. Por la misma razón, tan sólo un exceso de entusiasmo puede negar que los mercados globales tengan fracturas o que las instituciones democráticas expresen opciones para un determinado control del riesgo económico, pero lo cierto es que, al contrario de como predijo Marx, las contradicciones del capitalismo no han procurado su destrucción.

La caída del muro de Berlín y el reconocimiento de la economía de mercado situó al socialismo democrático en la necesidad de tejer un nuevo velo: será tal vez la Tercera Vía, lo que el profesor Anthony Giddens define vaporosamente como la ambición de Blair por crear un consenso internacional del centro-izquierda para el siglo XXI. Solidaridad y cohesión son valores que fueron puntales del organicismo y que ahora reaparecen como garantía imperativa frente a la caricatura del libre mercado. La izquierda anda en busca de una certidumbre ideológica que opere más allá del escrutinio del capitalismo global y de las nuevas tecnologías para fundar lo que pudiera llamarse el Estado terapéutico. Con el eslogan de "nuevo centro", Schröder aporta más datos para la Tercera Vía: pacto con Los Verdes y política económica que amalgame la eficiencia de los mercados y la seguridad social, una fórmula de naturaleza alquímica para el crecimiento económico.

Puesto que en toda ideología existe un poso de maniqueísmo, se necesita el tinte de la Tercera Vía para disimular ciertas equidistancias del centro-derecha y centro-izquierda que en la Unión Europea aparentemente comparten la exigencia de control inflacionario, rigor fiscal y una reducción del Estado. Ésos eran, hasta hace poco, postulados liberal-conservadores. La competencia asiática y el listón de Maastricht conllevarán una dietética del Estado de bienestar y un flexibilización del mercado laboral europeo, ya sea con Prodi o Berlusconi, o Schröder. Quizás resulta de más urgencia intentar ver cuáles pueden ser los efectos miméticos de la Tercera Vía en lo que llamaríamos socialdemocracia global que sus resultados concretos en el Reino Unido. De todos modos, el acometido de las reformas constitucionales de Blair es tan imprevisible como el efecto de adoptar en su día el sistema de representación proporcional. Hay algo del atractivo de Peter Pan en Tony Blair, pero luego resulta que la política adulta la hace el Capitán Garfio.

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Después de incentivar el culto del "yo", el progresismo advierte de los riesgos de un individualismo sin adhesión a los valores de una comunidad. Después de impulsar la pedagogía permisiva, se reclama responsabilidad de los jóvenes. Después de buscar formas alternativas de la familia, se exige a los padres que cumplan con sus deberes. El ciclo abierto tumultuosamente en los años sesenta descansa en paz, ni tan siquiera bajo epitafio, enterrado de forma vergonzante.

Es otro mérito de la Tercera Vía, del mismo modo que se fue comprensivo con las drogas y hoy -como hace Tony Blair- se piden condenas más severas para la delincuencia juvenil. Unos pasos más allá y acabamos en el autoritarismo de Singapur en versión socialdemócrata. Incluso en términos de la derecha social, Blair y Clinton exaltan los valores familiares y exigen el control legal de la pornografía. Lo que queda de la izquierda pos-socialista es algo tan gaseoso que de momento parece caber en un coloquio de la Universidad de Nueva York. En concepto de amortización política, la Tercera Vía por ahora tan sólo es un sendero mediático.

Valentí Puig es escritor.

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