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El paradigma del equilibrio dinámico

Agradezco a Juan Pecourt el tono de su contestación aparecida en este periódico el martes 22 de septiembre y con el mismo espíritu de fomentar un debate sosegado y riguroso, tan conveniente para el urbanismo de nuestra ciudad, me permito perfilar algo más mi posición. Alega mi interlocutor que promociones como la ZAL o Jesuitas no reflejan el alma de la ciudad, no representan la cultura ni el pasado, tampoco un futuro de calidad. La afirmación, a mi entender, es poco precisa y requiere un análisis crítico. Empecemos por el caso de Jesuitas. Si hay algo de lo que puede sentirse legítimamente orgulloso el equipo de gobierno actual es de haber resuelto satisfactoriamente el conflicto de la manzana de Jesuitas. Como todo el mundo sabe, se trata de una cuestión heredada de la administración socialista que se fue configurando como una causa ciudadana, politizada e instigada por los mismos que anteriormente provocaron su aparición. A pesar de los antecedentes y de reconocer a los promotores la razón que de forma contundente les otorgaron los tribunales, el gobierno municipal comprendió que estaba ante una cuestión de sensibilidad ciudadana, que demandaba soluciones políticas extraordinarias. Se inició así un proceso de negociación difícil y complicado, en medio de un clima de incomprensión y hostilidad. El resultado final ha recompensado las dificultades, los disgustos y el alto coste económico que ha supuesto para el patrimonio municipal. Las "tres tristes torres" se van a convertir en el Jardín de las Hespérides, símbolo futuro de la concordia que tiene que regir el urbanismo de nuestra ciudad. Un ejemplo de concertación, de diálogo y de integración, al que me refería en el anterior artículo como uno de los principales valores de la política urbanística actual. Pero, al parecer, a mi interlocutor no le satisface la solución y la condena porque dice no reflejar el alma de la ciudad. Como su afirmación es algo vaga y creo que carente de justificación, no se qué aspecto concreto provoca su malestar. Seguimos con la ZAL. El diagnóstico que efectúa, en síntesis, el Plan Estratégico de Valencia es que "el puerto sostiene una fuerte competencia con Marsella, Barcelona y Algeciras, en situación de debilidad en materia de infraestructuras logísticas y de acceso". En la definición del objeto central del Plan, se recoge expresamente la búsqueda "de una elevada posición competitiva de sus sectores económicos en el mercado internacional", para dar respuesta a su papel de núcleo vertebrador del eje mediterráneo y punto de conexión del área económica del centro peninsular con el Mediterráneo. En consecuencia, dentro de la Línea Estratégica A, aparece el objetivo de hacer de Valencia un centro logístico de mercancías euro-mediterráneo; la propuesta concreta de A-15 persigue la construcción de una Zona de Actividades Logísticas portuarias. Se trata, por tanto, de un objetivo de primera importancia para el desarrollo económico de la ciudad, aprobado por más de doscientas entidades, instituciones y empresas que forman el Consejo General del Plan, entre ellas, la Generalitat Valenciana, el Ayuntamiento, la Diputación, la Autoridad Portuaria, la Cámara de Comercio, la Feria, los Sindicatos, las Organizaciones Empresariales y también las Universidades. Ni qué decir tiene que la ZAL debe instalarse en la proximidad inmediata del Puerto, no en la Hoya de Buñol, ni en el Pla de Lliria. Ahora bien, ¿cree mi interlocutor que la ciudad debe prescindir de esa instalación portuaria? ¿Entiende que su implantación no es imprescindible y no debe abarcar ni una sola hectárea de huerta? Muy bien, es una postura defendible que responde a un modelo de ciudad alternativo al que se diseña en el Plan Estratégico. Una visión diferente sobre la que habrá que reflexionar en el futuro, porque afecta a uno de nuestros debates cruciales: la relación de la ciudad con la huerta. Pero lo que debemos exigirnos todos es coherencia. Hay que tomar conciencia de las consecuencias prácticas de cada planteamiento, para no convertir el debate en juegos fatuos de intelectuales a la violeta. Insiste nuestro replicante en descalificar categóricamente la utilización de los Estudios de Detalle, a los que acusa de indefendibles, porque, según él, están produciendo una imagen caótica de la ciudad. Tampoco en este caso justifica suficientemente su alegato, aunque al parecer el reproche se centra en la zona conocida como Polígono 4 Bis. La orientación urbanística de esta zona arranca de anteriores legislaturas, aunque es cierto que ha sido asumida en la actual. Es demasiado pronto, en cualquier caso, para efectuar juicios precipitados sobre la calidad urbana del resultado final. Hay que esperar a que se complete la urbanización, se abran al uso público las dos grandes plazas interiores de diez mil metros cuadrados cada una y se concluya la edificación prevista. Entonces será el momento de juzgar el acierto de una ordenación y la idoneidad de los espacios de relación que se crean. Desde mi perspectiva, se va a crear un ámbito singular que aportará variedad y diversidad al conjunto del paisaje urbano. La vena tecnócrata de nuestro interlocutor, dicho sea con todo el respeto debido, asoma con fuerza cuando condena uno de los edificios de esa zona, porque según él no hubiera pasado la prueba del nueve ni en Manhattan ni en ningún otro sitio con planeamiento cívico. Aquí conviene detenernos y hacer una reflexión en busca de la roca ideológica. El edificio cumple escrupulosamente la normativa municipal, por lo tanto el reproche debe referirse a motivos estéticos, de entorno paisajístico. No le gustan las terrazas superpuestas escalonadas. Perfecto, pero por qué esa descalificación tan categórica y con argumentos tan inconsistentes? Los veinte grados bajo cero del invierno de Nueva York no tienen nada que ver con un espacio moderno frente al Jardín del Turia, L"Hemisfèric, el Museo de la Ciencia y el Palacio de las Artes. Es una cuestión de escala, de proporción, de adecuación al ambiente. ¿Es que el cien por cien de los compradores de esas viviendas caras están equivocados? ¿Les obligaremos a que se adoctrinen con la estética urbana de Manhattan? ¿Es que preferimos la arquitectura aburrida y homogénea del VPO que inunda los barrios tristes de muchas ciudades? ¿Cuál es el modelo de edificación abierta y singular para Juan Pecourt? ¿Puede decirnos su fórmula para pasar la prueba del nueve? Nuestro interlocutor afirma que no propugna un intervencionismo dogmático, y le creemos. Pero las concepciones que defiende conducen a conclusiones dogmáticas. A él le corresponde asumir la contradicción, o resolverla si puede. Acusa al Ayuntamiento de Valencia de abandonar sus propias soluciones de ordenación urbanística, sustituyéndolas por las soluciones privadas. Hay seguidismo, afirma, del urbanismo de empresa. Pero no es así. No se ha cambiado ninguna de las soluciones previstas en el Plan General. Ni una sola. Ni tampoco se sigue de forma acrítica la pauta que marca la iniciativa privada. Para comprobarlo basta un ejercicio muy sencillo: si se examina cualquier expediente de aprobación de un Programa de iniciativa particular, se comprobará fácilmente que las propuestas privadas son enjuiciadas a fondo, revisadas, corregidas, modificadas y sometidas a un condicionamiento que suele ser muy extenso y diverso. Precisamente por eso la Resolución aprobatoria o denegatoria se demora más de lo deseable. En mi opinión, la discrepancia con Juan Pecourt se centra en la distinta concepción respecto al papel a desempeñar por los poderes públicos. Para nosotros el papel de la Administración es fundamentalmente fijar reglas y hacerlas cumplir, recuperar su genuino papel de autoridad, garantizando los espacios de libertad para que todos los actores jueguen con reglas iguales, sin privilegios. El interés general no tiene que ser distinto del interés de los ciudadanos. El interés general no puede concebirse como algo en contra de todos los intereses particulares. Esa idea no excluye, por supuesto, un fuerte compromiso de inversión pública, como estamos comprobando en nuestra ciudad; ni excluye tampoco concebir el urbanismo como una actividad fundamentalmente pública sujeta a un proceso de racionalización global del territorio. Hay algún sector entre los especialistas del urbanismo que desconfían de la LRAU, a la que acusan de ley perversa que avasalla a los propietarios. Nuestro replicante ve en ella el riesgo de que los Ayuntamientos se conviertan en correa de transmisión de soluciones privadas. Desde mi perspectiva, eso únicamente puede ocurrir en el caso de que el gobierno municipal sea negligente, incompetente. O incurra en desviación de poder; lo que desde luego no pasa en el Ayuntamiento de Valencia. Pero ese mismo riesgo existe en cualquier legislación. Los profesionales del urbanismo pueden caer en la tentación de pensar que el marco jurídico es determinante del resultado final. No es así. Con cualquier legislación se puede hacer buen o mal urbanismo, porque el marco legal influye, pero nunca condiciona. En última instancia, el urbanismo es una cuestión de cultura general y de cultura cívica en particular. Al final lo que determina es la geografía y la historia. La cultura cívica no se cambia por decreto. Los cambios en los valores cívicos son lentos y difíciles, y ahí la Administración sí que puede tener un protagonismo relevante. En España llevamos cuarenta años con una legislación urbanística "excelente", un sistema jurídico sofisticado y complejo, un jeroglífico que no tiene parangón en ningún país europeo. Sin embargo, los resultados no son satisfactorios. En la Comunidad de Madrid el precio de la vivienda es 6,7 veces el ingreso anual de una familia media; en Francia 3,4; en el Reino Unido 3,7; y en USA 2,8; países con menor grado de intervención administrativa que en el nuestro. La densidad de Madrid es de 21.000 habitantes/km2; la de Tokio 14.000 h/km2 y la de Nueva York 8.700 h/km2, a pesar de los rascacielos de Manhattan. Por no hablar de otros aspectos de mayor calado. Son datos que nos deben hacer reflexionar. Vuelvo a nuestra ciudad, retomando la idea central de mi artículo anterior. Valencia tiene una diversidad territorial verdaderamente excepcional que constituye uno de los principales valores. Un suelo urbano complejo en permanente encuentro con la huerta, espacios singulares como la Albufera y marjales, arrozales y marismas, la Dehesa del Saler y un frente litoral con usos recreativos, industriales y portuarios; centro, además, de un área metropolitana densa y cap i casal de la Comunidad. Conseguir el equilibro en un territorio tan frágil no es sencillo. Conseguirlo sin renunciar al crecimiento económico y a la modernidad todavía es más difícil. Pero, en mi opinión, no tenemos otro camino. Nuestro paradigma es buscar el equilibrio dinámico y no estático. Ahí está nuestro desafío.

Miquel Domínguez es concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Valencia

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