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Cristianismo y socialismo: del anatema al diálogo

Juan José Tamayo

La actitud del cristianismo ante el socialismo no ha sido tan monolítica como se nos ha querido presentar. Junto a los anatemas de los documentos pontificios se han dado actitudes de apertura, diálogo y convergencia por parte de los cristianos. Éstas son más desconocidas que aquéllos. Hagamos un poco de historia.El socialismo estuvo desde el principio en el punto de mira del magisterio eclesiástico, quien lanzó contra él todo tipo de condenas. El socialismo engrosa la lista de los principales errores modernos anatematizados por la Iglesia católica al lado del materialismo, el darwinismo, el ateísmo, el panteísmo, el deísmo, el racionalismo, el protestantismo, el comunismo, el sindicalismo, el liberalismo, el modernismo, el laicismo y la masonería. El Syllabus (1864), de PíoIX, mezcla el socialismo con las sociedades clandestinas, las sociedades bíblicas y las sociedades clérigo-liberales, y define a todos ellos como "pestes de doctrinas". Al socialismo se le condena por impugnar la propiedad privada -considerada de derecho natural-, negar obediencia a los poderes superiores, predicar la perfecta igualdad entre todos los seres humanos en derechos y jerarquías, trastornar los fundamentos de la sociedad civil y atentar contra la familia. Se le tiene por descendiente del liberalismo (¡!) e impulsor del bolchevismo.

El socialismo respondió en el mismo tono y adoptó una actitud igualmente beligerante contra el cristianismo, al que calificaba de integrista en lo político, contrarrevolucionario en lo social y retrógrado en lo científico y cultural. Denunció la alianza entre el trono y el altar, y afirmó que todas las creencias religiosas son generadas por la ignorancia y el miedo y contrarias al progreso. Sin embargo, en el debate ideológico entre teólogos y teóricos del socialismo se ha producido una corriente cálida de comunicación, y en la acción sindical y política ha habido una estrecha colaboración entre cristianos y socialistas. Veamos dos ejemplos que pueden resultar iluminadores de cara al futuro: el socialismo religioso y cristianos por el socialismo.

El socialismo religioso fue un movimiento socio-teológico que surgió a principios del siglo XX bajo la iniciativa e inspiración de los teólogos L. Ragaz y Ch. Blumhardt. Contó con el apoyo de personalidades teológicas como Paul Tillich. Su principal objetivo era mostrar la compatibilidad entre cristianismo y socialismo y lograr la unión entre ambos en la acción política y en la lucha obrera. Ello le lleva a refutar la actitud antisocialista del cristianismo oficial. Constata la existencia de la lucha de clases tanto en la sociedad como en la Iglesia. Ésta debe apoyar la lucha del proletariado por su liberación. La unidad de la Iglesia se logrará con el advenimiento de la lucha sin clases. De esta manera los socialistas religiosos intentan ofrecer una respuesta adecuada y coherente al contencioso Iglesia-clase obrera, luchando por la redención social de los trabajadores, por la superación de la pobreza y por la instauración de una sociedad igualitaria.

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Cristianos por el socialismo es un movimiento que nace en Chile a principios de los años setenta de nuestro siglo con motivo del triunfo de Salvador Allende. Pronto se extiende por toda América Latina y Europa. Era la época en que arreciaba la crítica contra el marxismo ortodoxo desde el interior de la tradición marxista y se impulsaba un socialismo de rostro humano desde la acción política. La incorporación de los cristianos en los movimientos populares de liberación era el hecho mayor en el cristianismo latinoamericano. La amplia afiliación de los cristianos y cristianas a los partidos socialistas era uno de los fenómenos más relevantes del cristianismo moderno. Así se quebraba la conciencia política monolítica de la tradición cristiana, identificada hasta entonces con las opciones políticas conservadoras y con planteamientos sindicales interclasistas.

El objetivo del movimiento era doble. Por una parte, el desbloqueo ideológico de los cristianos y cristianas, que llevaba a superar las tradicionales incompatibilidades entre marxismo y cristianismo, amor cristiano y lucha de clases, esperanza cristiana y compromiso político. Por otra, la asunción de la praxis revolucionario-liberadora no como algo coyuntural, sino como exigencia fundamental del cristianismo y expresión pública de la fe.

Hoy el horizonte del debate ya no es la compatibilidad o incompatibilidad doctrinal entre cristianismo y socialismo, sino que ha de moverse en los planos moral y político. La confrontación no se da entre ética socialista y moral cristiana, sino entre ética neoliberal, profundamente individualista, selectiva y excluyente, y ética cristiano-liberadora, de orientación comunitaria, integradora e inclusiva. Aun cuando los socialistas se oponen en sus programas electorales a la ética neoliberal, ésta ha conseguido filtrarse hábilmente en las políticas económicas y en ciertos estilos de vida del socialismo actual, hasta reducir a la mínima expresión la dimensión social e igualitaria de la tradición socialista. Aun cuando expresan su simpatía por ciertas corrientes cristianas progresistas como la teología de la liberación y las comunidades de base, en la práctica minusvaloran la ética de la fraternidad-sororidad practicada por ellas, calificándola de idealista e irrealizable. A mi juicio, el socialismo actual debería aprender de los clásicos del marxismo, que valoraron positivamente las propuestas ético-liberadoras del cristianismo -sobre todo del primitivo- y las integraron en sus programas y en su estilo de vida.

El debate político debe girar en torno a la dimensión crítico-pública de la fe cristiana. Determinados sectores socialistas -también españo-les- arrastran el error de la modernidad: reducir el cristianismo al ámbito privado y desconocer su carácter socio-político. Dichos sectores deberían reconocer que el cristianismo no es una "religión de sacristía", sino de calle y con vocación cívica; que puede ejercer una innegable funcionalidad crítico-pública de carácter emancipador y que actualmente inspira y anima importantes proyectos de desarrollo integral en los países subdesarrollados y en los sectores marginados de nuestra sociedad. Así lo vio ya Marx, quien no sólo consideraba la religión como "opio del pueblo", sino que la definió bellamente como "el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu".

Juan-José Tamayo-Acosta es secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII.

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