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Fronteras

LUIS GARCÍA MONTERO La actualidad fluye en las páginas de los periódicos con una solemnidad imperativa. Todo pasa, y para pasar cada hecho debe formar parte del todo, de lo inevitable, de lo pragmático, de la fatalidad. Vivir a la moda significa aceptar la fe del presente, que es la perpetuidad limitada de ese todo que pasa. Respirar se parece mucho a comulgar con ruedas de molino, porque los datos están ahí, dispuestos a convencernos del carácter literario e inútil de la imaginación. La pureza, por otra parte, no implica un certificado de exactitud, un camino seguro para conquistar los pliegues de la inteligencia. Hay locuras, márgenes, que no aportan nada. No estar a la moda es poca garantía para luchar contra los modistos de la realidad. Padecemos también las sorpresas del humor. La actualidad pierde a veces sus papeles y nos impone una carcajada, un distanciamiento brechtiano, que impide cualquier ilusión consoladora. Somos unos verdaderos payasos. Como se cumplen cien años del nacimiento de Brecht en Augsburgo, evento oportunamente celebrado por la Diputación de Sevilla, el destino ha debido regalarle a su fantasma la posibilidad de componer una farsa dialéctica con las noticias de la actualidad. Llevamos algunas semanas de internacionalismo localista, o de provincianismo cosmopolita, que los periódicos encajan con teatralidad esperpéntica. Las exigencias más notables de los nacionalismos y las autonomías se dan la mano sin rubor con las implacables relaciones de la economía mundial. Eso sí que es una pinza. Podemos ver una foto muy seria de Aznar y Arzallus, dispuestos a discutir sobre los límites constitucionales del nacionalismo vasco, justo al lado de una nota en la que se explica que EE UU baja los tipos de interés para frenar la crisis internacional, porque sus finanzas están íntimamente relacionadas con la situación de Asia, Rusia y América Latina. Nos tomamos en serio un sermón de Pujol sobre la realidad catalana, después de haber leído un artículo sesudo sobre las influencias de la sexualidad de Clinton en la caída de las bolsas europeas. Que la extrema derecha norteamericana, por boca de Monica Lewinsky, haya conseguido saborear el esperma de Clinton provoca cambios inmediatos en París, Madrid o Londres. Las alegrías sexuales de un señor de Washington afectan a la vida bursátil, la única posible, de los habitantes de Barcelona. Clinton sí que es un padre de la patria. Y Manuel Chaves, de viaje por el tango sur, ya que la economía andaluza pasa realmente por Argentina, Chile o Uruguay, decide participar en la primera fila del debate autonómico. ¿En qué somos autónomos? Un público brechtiano estaría muerto de risa desde la primera escena. Pero a nosotros nos conviene mantener la ilusión de las fronteras, seguir creyendo en las nacionalidades, discutir mucho sobre las raíces. Algunos piensan que los nacionalismos sirven para afianzar unas pobres señas de identidad en el vértigo de la homologación. Yo creo que seguimos utilizando los nacionalismos, las patrias y las autonomías para no sentirnos responsables de los millones de seres humanos que se mueren de hambre más allá de una frontera.

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