Vida verde
La realidad lo tiene claramente oscuro. Es poco y tiende a ser menos. En primer lugar porque nosotros somos, siendo una parte, la medida de todas las cosas. Al mismo tiempo, los medios de comunicación, una fracción de lo que somos, son el fin donde desembocan casi todas las referencias de consideración. La actualización de lo real pasa por su contrario, lo virtual, para merecer un lugar entre lo que más existe para nosotros. Fuera de las radios, televisiones, redes informáticas y periódicos está casi todo pero con escasas posibilidades de ser tenido seriamente en cuenta. Y como los desheredados, la realidad real se pasa el día llamando a la puerta del negociado donde se expende el certificado de existente en la fascinante realidad inventada. La mayoría una vez más queda al servicio de algunos, eso sí brillantes creadores, capaces de inventar las apetencias más significativas, aunque sea de sucedáneos. Seguramente esto tiene mucho de positivo, cómodo y desde luego es uno de los mejores negocios, si no el número uno. Pero es parcial, demasiado reducido.La vida es una de las más claras ausentes de los acontecimientos cotidianos. Me estoy refiriendo a la que palpita en los paisajes naturales, a los otros seres vivos no humanos, a los procesos ecológicos de los que, ahora sí todos sin excepción, dependemos.
Son tantos los que reflexionan o reflexionaron sobre la vida espontánea, sobre la naturaleza, que ciertamente uno se siente muy bien acompañado a la hora de recordar que la realidad existe. La pasión por lo abierto, no tocado, ni recreado por nosotros ha sido considerada por unos como la principal fuente de inspiración. Por otros como manantial de salud, sobre todo mental. Incluso hubo quien como casi todos los discípulos de Francisco Giner de los Ríos alcanzó a plantearse el contacto con las realidades espontáneas como la fuente de una ética imprescindible. Y la ética es y será de humanos para humanos.
Albert Camus lanza una lamentación muy similar a la de nuestros escritores del 98. En sus carnets se comenta que uno de los dramas de la actualidad, ahora por supuesto incrementado, era el alejamiento de la naturaleza. Coincide con nuestros Unamuno, Machado y Ortega y Gasset. Entresaco de la propuesta publicada en Revista de Occidente por Andrés Sánchez esta frase del mencionado premio Nobel francés: "Yo coloco por encima de todo la belleza de un paisaje; no hay que pagarla con ninguna injusticia y mi corazón se siente libre". "Voy y vengo por esos bosques, acompañado de una extraña libertad que mana de ellos mismos" nos dejó H. D. Thoreau en su Walden. Un rotundo "la Naturaleza no miente" de Unamuno. O ese arranque de las Meditaciones del Quijote en la que Ortega se embosca para entender. Acaso en todos ellos latía esa infinita aspiración humana que es poder estar, o mejor contemplar el mundo, con la serenidad que contagia la realidad real. Pero no están solos, aunque algunos decreten que recordar en los medios de comunicación que la otra vida y la otra belleza existen, no vende.
Casi ocho millones de personas visitan todos los años los espacios protegidos de nuestro país. La mayoría seguramente pasa sin adentrarse en la verdad que proponen, pero van. Casi el 10% de nuestros conciudadanos son una parte de esa cultura rural, esa que padece la mayor anorexia. La tierra llama a millones de personas todos los fines de semana que se juegan la vida por retornar a vivir un poco al aire libre, por cierto la primera condición de la felicidad para Edgar Alan Poe. Todos necesitamos alejarnos de nuestros propios artificios. Un baño de realidad no debería ser minoritario, ni mucho menos proponerlo. En un cosmos informativo plagado casi exclusivamente de anécdotas perecederas, acaso convenga recordar que el periodismo que aborda las mil formas y sucesos de la mayor parte de lo que existe es sencillamente más y mejor información para nosotros, los alejándonos de la serenidad.
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