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Pasión, poder, historia

El conflicto que afectaba a los profesores de religión quedó solucionado el pasado jueves al hacerse cargo el Ministerio de Educación del pago de los salarios y de la Seguridad Social, dando la razón a las tesis mantenidas por la Junta de Andalucía. Pero ha quedado solucionado sólo laboralmente. La larga diatriba sobre la enseñanza de la religión queda en suspenso, a la espera de una solución razonable. Esto quiere decir que se ha de hacer a través del ejercicio de la razón, y no entregándose a las pasiones (religiosas, arreligiosas, irreligiosas o antirreligiosas) ni reduciéndolo a enfrentamiento entre poderes (civiles y eclesiásticos). Las fuerzas de pasión y de poder tienen la obligación de disciplinarse al bien común, que en este caso es algo tan importante como la formación de los ciudadanos, y atender a lo razonable. Lo razonable, en este caso, parece que sería sustituir las asignaturas doctrinales por otras de contenido histórico. Es decir, pasar de enseñar los contenidos salvífico-mistéricos de una religión concreta a una historia de las religiones que abarcara tanto los fundamentos antropológicos del fenómeno religioso como los desarrollos de las grandes religiones. Los no creyentes tendrían así una formación básica en una materia imprescindible para contextualizar e interpretar hechos determinantes que afectan a todo lo humano, desde el arte hasta la historia. Los creyentes tendrían una formación complementaria que les permitiría encuadrar las creencias en las que están siendo educados por su comunidad y su familia en un contexto de comprensión general de los fundamentos e historia de las religiones. Si se tiene en cuenta la importancia de los símbolos religiosos en la cultura (universal y particular: piénsese en la nuestra), debería preocupar que los alumnos sólo puedan elegir entre la formación doctrinal en su propia religión (con desconocimiento de las otras) o las asignaturas que la sustituyen (con desconocimiento de la historia de todas). Por otra parte, solo desde el conocimiento de los contenidos e historia de otras religiones se pueden poner las bases para educar en una auténtica tolerancia religiosa. Parece lo razonable admitir que para no creyentes y para creyentes, y entre estos últimos para todas las confesiones, sería de la máxima utilidad pactar ese espacio único de conocimiento objetivo de la historia de las religiones. Que el consenso no se logre podría deberse a la pervivencia de residuos anticlericales o antirreligiosos en algunos sectores y de residuos fundamentalistas en otros. Como si los unos siguieran manteniendo que la religión es el opio del pueblo y los otros que fuera de la Iglesia no hay salvación. Mientras tanto, los niños pierden día a día capacidad de interpretación de los símbolos religiosos que impregnan toda nuestra cultura y una posibilidad de ser más tolerantes, que es respetar desde la conciencia de lo que nos hace diferentes, en lugar de más indiferentes, que es ignorar desde el desconocimiento, haciéndonos iguales en la nada del antihumanismo consumista. Por ello, ni pasión ni poder: historia.

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