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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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La tentación inflacionista

Escuché a Lázaro, a don Fernando Lázaro Carreter, el presidente de la Real Academia Española, la otra mañana en el auditorio del Círculo de Lectores. Cada tanto lo traen para que dé alguna azotaina a los hablantes en el mismo cielo del paladar. Les divierte y queda culto. Habla, en compañía de otros, sobre el español en los medios de comunicación. Lázaro es un buen hombre y no hace daño a nadie. Todo lo contrario: su caso inspira compasión y ganas de ser su amigo y de ayudarle. Lázaro es un insomne. Cuando todos duermen, él sigue colgado del auricular, escuchando la radio de madrugada. Y como él mismo dice, a esa hora sólo hablan de deportes. O peor aún: ésas son las horas en que llama la gente a las emisoras para confesar quién es. Lo uno y lo otro tienen mala sintaxis. Lázaro da vueltas en la cama. Conforme pasan las horas, crece su desesperación. Ahí siguen los animales dándole al infinitivo radiofónico ("y nada más, recordar tan sólo que el Zaragoza es el nuevo líder..."). Ahí vuelve el del informativo, que se cree que todos detentan y él es el único que detenta las horas, sin saberlo. Muchos años ya de insomnios crueles que, sin embargo, han dado lugar a artículos repletos de cultura y de malicia y a un libro excepcionalmente divertido y curioso, El dardo en la palabra. La actividad de Lázaro Carreter es digna de toda consideración por parte de los que hablan. De la misma consideración que tienen por los numismáticos los que pagan. Lázaro es un tierno coleccionista de palabras que ha hecho su carrera, su amor y su negocio con ellas. Sus vastos conocimientos han tenido, por supuesto, escasa influencia sobre el habla y aun sobre la escritura: Lázaro sigue tan insomne como su infinitivo predilecto. Es natural que haya sido así: los numismáticos no deciden nada importante sobre la emisión de moneda. La moneda, como la palabra, depende del poder en cualquiera de sus múltiples variantes, políticas, económicas, mediáticas, etcétera. Y ni los numismáticos ni los académicos imprimen monedas o palabras. Coleccionan, y es bueno que lo sigan haciendo, que permanezcan ahí para cualquier consulta ornamental. Pero es el poder el que establece siempre las condiciones de cambio. Por supuesto, Lázaro, que es un tipo socarrón, irónico e inteligente, sabe todo esto. Aunque no va a salir diciendo que el rey está desnudo, de sus escritos se desprende un higiénico distanciamiento y hasta una perversa camaradería con el error. Pero como suele suceder, no es el caso de sus discípulos: faltos de sabiduría exhalan gravedad. Este mediodía le acompañan tres lazarillos, que han tomado la palabra con él. El primero, el señor Eduardo Sotillos, periodista. Nada más abrir la boca ha exhalado credibilidad. Cuando le ha tocado el turno, Lázaro no ha tenido más remedio que utilizar la palabra crédito como un rejón de muerte. El segundo en intervenir ha sido la profesora María Victoria Romero Gualda. Sin tapujos, ha descrito el cotidiano "combate amoroso" con la lengua. No he acabado de entender lo que hace la profesora Gualda con las palabras: sólo he visto que las trataba como a seres humanos y esto es muy peligroso para los seres humanos. El señor Augusto Gómez Font, de la agencia Efe, ha hablado el último. Brioso, ha descrito su experiencia al entrar en un hotel emblemático. La narración concreta de la experiencia se iba dilatando, por exigencias ineludibles del dispositivo retórico, y todos hemos podido gozar de un nuevo emblemático y aun de otro más. En ninguno de los casos Gómez ha aclarado de qué eran emblemáticos los hoteles en los que iba entrando. Todas estas cuestiones relacionadas con la supuesta decadencia del español -o de cualquier lengua- no pueden ser tomadas más que a broma. Pero alguien habrá de empezar a tomárselas así, porque la mirada culpable que había la otra mañana en muchos de los que escuchaban al cuarteto hace sospechar de la existencia de un sufrimiento muy hondo, extendido y secreto. Muy serio. Y es hora ya de aligerar, con un minuto serio y numerado, tan absurdo vía crucis. Uno: la lengua, fenómeno humano, no puede ser ajena al cambio, una de las características estructurales del hombre. Dos: las lenguas, como las monedas, están sujetas a las fluctuaciones de las colectividades que las poseen. Tres: cuando una colectividad se empobrece, hay que evitar la tentación inflacionista. Intentar remediar la subordinación de España mediante la acción sobre las palabras es como poner en marcha la maquinita de hacer billetes. El que recomienda sustituir top less por "tomar el sol en tetas" es un inflacionista. Como mínimo. Sería bueno no confundir la numismática con la gramática. Sólo una se ocupa de la vida.

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