El triunfo de la voluntad
Sin duda alguna, Tom Hanks le cogió apego a la carrera espacial después de rodar la película Apollo 13. La frase Houston, tenemos un problema pronto se ha convertido en Hollywood, tenemos una serie. Y aquí llega el señor Hanks, convertido en una especie de Rod Serling del docudrama lujoso, dispuesto a presentar y producir De la Tierra a la Luna, un ambicioso trabajo que ha sido recientemente recompensado con un emmy a la mejor miniserie. Canal + estrena esta noche (22.00) esta producción de 12 capítulos que es un exhaustivo repaso a las misiones espaciales norteamericanas en las décadas de los sesenta y setenta.De la Tierra a la Luna es una serie que muestra sus cartas desde el principio. En sus créditos, el difunto presidente Kennedy alterna su imagen con la de multitud de banderas norteamericanas tremolando felices en sus mástiles, efecto llamado a provocar un subidón de autoestima entre un público ya predispuesto a creer, como se vio en la película Air Force One, que su presidente es un émulo del actor Bruce Willis capaz de despacharse él solito a media docena de secuestradores aéreos (el auténtico dirigente de la nación, bastantes problemas tiene con el fiscal Starr). Y esos créditos son un claro exponente del concepto básico de la obra: el triunfo de la voluntad del pueblo norteamericano a la hora de enfrentarse a lo que sea (en este caso, el turismo científico por planetas lejanos).
Bebiendo directamente del tono marcado por el escritor y periodista Tom Wolfe en su libro Lo que hay que tener (fielmente reflejado en la adaptación cinematográfica homónima firmada por el pretencioso Philip Kaufman), De la Tierra a la Luna se enfrenta a la carrera espacial desde una óptica humana que no descuida ninguna faceta: aquí conviven la política, la ciencia y los sentimientos de las viudas de esos astronautas que han saltado por los aires mientras participaban en un entrenamiento. Dotada de un potente tono didáctico, De la Tierra a la Luna ofrece en sus 12 capítulos toda la información posible sobre las expediciones Apolo, y lo hace con esa eficacia probada de la maquinaria de Hollywood a la hora de explicar los asuntos internos de Estados Unidos al mundo.
En ese sentido, el inevitable triunfalismo de una nación acostumbrada a marcar su ritmo a todo el mundo se ve inteligentemente tamizado por la labor de un equipo de hábiles guionistas y directores que han hecho lo que sus mayores les han enseñado a lo largo de la historia: convertir en espectáculo las penas y alegrías de un grupo de hombres elevados, simbólicamente, a la categoría de héroes.
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