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DESPUÉS DE LA TREGUA DE ETA El fin del piñón fijo

Sin duda, uno de los mayores déficit de la política española es la incapacidad que demuestran la mayor parte de sus dirigentes y colectivos para pensar en hipótesis o escenarios de trabajo distintos de los que ellos mismos han calculado previamente como los más previsibles, y que en la mayoría de los casos coinciden sospechosamente con los que a su vez consideran más deseables. Del mismo modo que la estrategia del PSOE ante el sumario -y después, juicio y condena- por el secuestro de Marey, ha estado basada en arropar, con grados crecientes de apasionamiento y presión mediática, a José Barrionuevo y Rafael Vera, con el objetivo de alcanzar, un veredicto de inocencia, y sin detenerse a prever las circunstancias en caso de un veredicto desfavorable, la estrategia que Mayor Oreja ha diseñado para el Gobierno del PP en el tema de la pacificación no ha tenido otro horizonte que el de acorralar políticamente al MLNV para provocar una dinámica creciente de radicalización y aislamiento que les lleve a la derrota definitiva. Ha sido una estrategia férrea para una vía sin cambios de aguja, que tenía previsto un único y fatal comportamiento por parte del enemigo, del que este no podía en modo alguno escaparse. Esta actitud -llamarla estrategia es una concesión excesiva, puesto que una estrategia, por definición, debe contemplar reacciones distintas ante supuestos diferentes- llevó al Ministro del Interior a rechazar tajantemente el plan Ardanza y a forzar a su vez, por vacilaciones y miedos, el rechazo del PSOE al mismo. A partir de ese momento, cualquier movimiento o propuesta que fuera en un sentido distinto, ha sido calificado como dar soporte o apoyo moral a los terroristas. La Declaración de Lizarra ha generado reacciones igual de tajantes. Aznar, después de pasearse por la selva colombiana en compañía de Pastrana -un presidente que lo primero que hizo tras ser elegido, y antes de tomar posesión, fue ir a otro lugar de esa misma selva a entrevistarse con la guerrilla, sin perder por ello un ápice de convicción o de firmeza democrática-, lo ha calificado como una burla. Almunia se ha apresurado a declarar que ya no hay diferencias entre nacionalistas democráticos y violentos. La Declaración de Lizarra no era ninguna comedia. A pesar de todas las descalificaciones que se le han dedicado, ha sido un paso en la buena dirección. Lo que demostraba esta declaración es que el MLNV sí estaba contemplando un escenario sin violencia. Lo que también demostraba es que hay partidos dispuestos a arriesgarse ante la sociedad vasca, y más en concreto ante su electorado, por no aceptar pasiva y resignadamente un estado de cosas que a quien más claramente perjudica es a esta misma sociedad. Y sólo unos pocos días más tarde ha sucedido lo que ninguno de los estrategas de piñón fijo esperaba: ETA ha declarado un alto el fuego de carácter unilateral e indefinido. Los retos que esta tregua, que no es ni trampa ni espejismo, plantea a toda la sociedad vasca, y por consiguiente a todas las fuerzas políticas sin excepción, son considerables. Las oportunidades que genera son únicas en nuestra historia reciente. Es el tiempo de la palabra. Pero no debe olvidarse que, si se quiere dar una oportunidad a la paz, hay que admitir todas las palabras. Todas. Y confrontarlas en primer lugar con la voluntad de los ciudadanos y ciudadanas de este país. Eso está muy próximo. Después vendrá el tiempo de un diálogo sin limitaciones, que habrá que administrar con prudencia y con inteligencia. Pero esa inteligencia no atañe sólo a las conversaciones entre grupos o dirigentes políticos. Mayor Oreja ya no habla de "tregua trampa", pero el primer sondeo publicado dice que eso es lo que piensa la mayoría de la opinión pública española. Es normal. Se les ha machacado durante tanto tiempo con esa cantinela, se ha repetido tantas veces -Mayor Oreja lo sigue diciendo- que el PNV se ha echado en los brazos de HB, que hay demasiada gente que se lo ha creído. Contra lo que se viene afirmando, ahora hay menos riesgo que nunca de una fractura en la sociedad vasca. Pero sí hay riesgo de un divorcio entre la opinión pública vasca y la española. Y eso puede acabar siendo un problema más que serio si hay alguien a quien le interese enfrentarlas. En ese largo, pero ya imparable camino hacia la paz, se han dedicado muchos esfuerzos en Euskadi a convencer a la gente de que la violencia no tiene ningún sentido. Ha sido necesario. Pero también van a tener que dedicarse esfuerzos no menores para convencer a la opinión pública española de que este es un Estado plurinacional, y de que las reivindicaciones de soberanía -compartida, por supuesto; en el mundo actual no queda de la otra- no son ni privilegios ni disgregaciones. Algunos, los periféricos, han empezado. Los acuerdos entre BNG, PNV y CiU son un primer paso. Pero ya están siendo objeto de furiosos ataques. En esto también sigue el piñón fijo. ¿Hasta cuando?

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