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Reportaje:

Arafat abre juego en Tierra Santa

Hace aproximadamente 2.000 años, en las inmediaciones de este oasis, el diablo tentó a Jesús, según el Nuevo Testamento, con todas las cosas del mundo. Hoy, la tentación reaparece bajo el nombre propio de Oasis y con la forma de un modernista edificio de espejos que más bien parece una alucinación provocada por el vecino desierto.Si la aproximación es nocturna llaman la atención las luces de neón que decoran su fachada, pero a esa hora no se puede apreciar la imagen completa de la zona, ya que donde acaban los focos del Fausto comienzan las sombras de un campo de refugiados en el que viven más de 4.000 palestinos desplazados durante las distintas guerras con Israel.

La promoción de sus propietarios lo presenta como el casino de la ciudad más antigua del mundo (presume de 10.000 años de historia) en el lugar más profundo de la Tierra (400 metros por debajo del nivel del mar). Habría que añadir que es una de las zonas más calurosas del planeta, ya que buena parte del año se superan los 40 grados, pero ese hecho carece de importancia en un lugar bien cerrado (casi aislado de su entorno) y con un potente aire acondicionado.

La Autoridad Palestina, que preside Yasir Arafat, quiere atraer a visitantes diversos, más allá del turismo religioso que frecuenta Belén y otros "santos lugares", y captar divisas para financiar su embrión de Estado.

Rodeado de una impresionante verja de acero, que protege el aparcamiento y a los clientes en el propio edificio, el casino Oasis de Jericó abrió anoche sus puertas a ochocientos invitados, entre ellos 200 israelíes, a los que los palestinos presentes se limitaron a mirar jugar.

La valla que cerca el casino tiene otras utilidades además de evitar el robo de los lujosos automóviles que se presume acudirán al casino. El grupo radical Hamás, enfrentado casi por igual a Israel y al Gobierno de Arafat, ha puesto a la construcción en su punto de mira y amenaza con atentar contra el edificio por considerarlo un "antro de perdición". Hamás recuerda que el Corán (el libro sagrado de los musulmanes) prohíbe el juego y los teóricos del grupo aseguran que con las cartas y dados llegará a la ciudad más vieja del mundo la profesión considerada más antigua: la prostitución.

Los residentes de Jericó se ven cogidos entre dos aguas. Por un lado, los teólogos los amenazan con el fuego eterno; por eso, ellos condenan en público la apertura del casino. En privado, sin embargo, reconocen que los 400 puestos de trabajo directos que ha ofrecido significan mucho para la dormida economía de este núcleo de 20.000 habitantes. Tras el casino vendrá también un gigantesco hotel y, como en la fábula de la lechera, ya se habla de 5.000 puestos de trabajo indirectos. El estado de ánimo empieza a cambiar, pero los turistas israelíes aún se lo piensan. Cierto es que los israelíes amantes del juego ya no pueden acudir a Turquía, pues los casinos fueron cerrados allí en febrero, y, al igual que el islam, el judaísmo condena el juego; por eso, en el Estado de Israel no se ha abierto ninguno.

Para eliminar las reservas mentales, el casino de Jericó está, curiosamente, a tiro de piedra de la guarnición que marca el límite entre la ciudad autónoma palestina y el territorio que aún controla el Ejército israelí, y toda la carretera de acceso está bajo su cobertura. También pegada a la construcción está la comisaría de la policía de Arafat y, por si fuera poco, el casino tiene su propio servicio de seguridad y vigilancia.

Dentro esperan la fascinación y el destello de 35 mesas de juego y más de 200 máquinas tragaperras en 2.800 metros cuadrados, que también albergan una zona privada para jugadores de "altos vuelos", en la que los tapetes son azules y no verdes.

La sala ha supuesto una inversión de 50 millones de dólares (más de 7.000 millones de pesetas) y será operada por la sociedad Casinos Austria, que sólo posee el 15% de las acciones. Un 10% pertenece a un banco austriaco y el 75% restante está en manos de "inversores privados no identificados", mayoritariamente palestinos.

Pero los palestinos, curiosamente, no podrán entrar en el casino. Para evitar que puedan ser pervertidos, la entrada sólo es posible con pasaporte extranjero. La ironía es, sin embargo, que muchos palestinos tienen dos pasaportes: el que expide la Autoridad Palestina de Arafat y, en el más común de los casos, el de Jordania.

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