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Tribuna
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Atrapado en Tirana

Los alumnos ocuparon sus asientos el pasado domingo y comencé a dar la primera clase de un curso de psicología y entrenamiento deportivo para el que me habían invitado a Albania. Unos 40 minutos después se oyeron ruidos y los alumnos se sobresaltaron: "¡Están disparando en la calle!" El coordinador, que había salido del aula, regresó muy alterado: "¡Están intentando asaltar el edificio en el que está reunido el Gobierno! . ¡Hay que irse y sacar al profesor de aquí cuanto antes!".Nos dirigimos a la salida y esperamos con precaución en el portal hasta que dos personas asomaron la cabeza y nos indicaron que podíamos salir. Seguían oyéndose disparos. Pero en esa zona no había disturbios y pude llegar al hotel escoltado por tres personas que, muy asustadas, miraban a todas partes y me indicaban el mejor camino. A cierta distancia, la multitud estaba enloquecida. Recogí el equipaje y me metí en el coche oficial que me esperaba para trasladarme al aeropuerto.

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"¡Tranquilo!, ¡No pasa nada!", me dijeron, pero yo seguía oyendo los disparos y sus caras reflejaban una enorme preocupación. Desde Tirana al aeropuerto, unos 30 kilómetros, no hubo problemas, pero el recorrido transcurrió bajo una enorme incertidumbre. Temí que en cualquier momento bloqueasen el camino, o que alguien disparase, al ser un coche oficial, o que estuviese cerrado el aeropuerto.

Al llegar, las medidas de seguridad eran extremas. El coche fue obligado a detenerse fuera del recinto y caminamos hasta la puerta. Esperé en la calle más de tres horas hasta que dejaron pasar a los pasajeros de mi vuelo. Mientras tanto, en la televisión vi las imágenes que más tarde han recorrido el mundo. Allí se han quedado los amigos albaneses, que tan bien me trataron en una situación terrible, sin esperanza, en la miseria y a las puertas de una posible guerra.

José María Buceta es profesor de psicología de la UNED

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