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La confusión de Lizarra

Leo y releo la Declaración de Lizarra intentando encontrar en ella motivos para la esperanza. No para la satisfacción manifestada por los firmantes, sino para la más humilde esperanza. No logro encontrarlos. ¿Qué hace falta para compartir el optimismo de los firmantes? ¿Desde dónde debe leerse para poder participar en esa comunidad de esperanza alumbrada el sábado 12 de septiembre en Lizarra? Vaya por delante mi convicción de que los firmantes de la Declaración de Lizarra están sinceramente interesados en el logro de la paz. Tanto como los no firmantes, por cierto: no menos, pero tampoco más. No comparto las críticas a las intenciones subjetivas de los firmantes expresadas por los dirigentes socialistas y populares. Afirmar que con esa declaración se ha roto la distinción entre los nacionalistas democráticos y los violentos no hace sino complicar aún más la gestión democrática del "efecto Lizarra", sea éste el que finalmente sea. Además, bastante preocupante resulta el contenido de la Declaración como para enredarse en juicios de intenciones. Desde estas posiciones hago pública confesión de mi confusión y señalo algunos de sus motivos.Algunas consideraciones sobre los firmantes. Aunque la multitudinaria puesta en escena pueda dar otra impresión, la Declaración de Lizarra aglutina menos voluntades que el Acuerdo de Ajuria Enea. Es cierto que aúna más voluntades nacionalistas que ningún otro documento anterior, pero no suma más ciudadanía vasca. Es importante señalarlo. Gestoras Pro Amnistía o Gernika Batzordea no representan nada que no represente Herri Batasuna. Por otro lado, la confusión de legitimidades es absoluta, tal vez porque se quiera escenificar un magmático momento constituyente en el que "una mayoría política, sindical y social" propone un nuevo escenario político para el País Vasco.

Entrando en sus contenidos, el pórtico de la Declaración lo constituye un análisis del proceso de paz en Irlanda. Un análisis forzado y, en ciertos aspectos, caricaturesco: se magnifica la aportación, sin duda importante, de los republicanos, sin referirse en ningún momento a la no menos importante aportación de los unionistas. No se analiza el caso irlandés para después buscar su aplicación a la situación vasca desde perspectivas nuevas, sino que, a partir de una determinada perspectiva sobre la situación vasca, se mira a Irlanda para escoger aquello que mejor se acomoda al juicio previo y sirve para justificarlo. Probablemente es por eso por lo que prácticamente nada de la primera parte de la Declaración (el análisis del caso irlandés) se aplica a la parte segunda (potencial aplicación a Euskal Herria). No obstante, la referencia a Irlanda no es inocua. Actúa como telón de fondo, como contexto de significación; proporciona la melodía sin la cual la letra de la Declaración carece de ritmo.

Me preocupa la confusión entre conflicto(s) político(s) y conflicto violento. Sin entrar ahora en mayores profundidades, es razonable y legítimo descubrir en el fondo de la agitada realidad sociopolítica vasca un conflicto (en realidad dos relacionados entre sí sólo en la perspectiva del nacionalismo vasco) sobre la forma en que vayan a plasmarse las relaciones entre la Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral de Navarra y entre ambas comunidades y el Estado español; estamos hablando del "profundo contencioso vasco" al que se refería el Acuerdo de Ajuria Enea. Como el referido acuerdo se preocupó en señalar que este contencioso político esté relacionado necesariamente con la violencia, tiene sentido únicamente en el imaginario del nacionalismo radical. En mi opinión, la Declaración de Lizarra corre el riesgo de alimentar este imaginario que confunde violencia y política.

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También me preocupa que la Declaración de Lizarra contribuya a la sobredramatización de la vida política vasca. No normaliza. Todo en ella -el lugar elegido para su presentación, la referencia a Irlanda, la confusión de participantes, el lenguaje en que se expresa- resulta, literalmente, fuera de lugar. Alimenta los viejos mitos de una voluntad del pueblo vasco claramente constituida en torno a unas aspiraciones de soberanía que no puede expresarse en libertad. La construcción del proyecto Lizarra sólo es posible si se realiza un ejercicio previo de abstracción de la realidad social y política vasca. Aquí, como en Irlanda, nos dicen; pero el aquí al que se refieren no es el allí irlandés, sino el aquí vasco. El Acuerdo de Ajuria Enea afirmaba que es la voluntad mayoritaria del pueblo, expresada a través de sus representantes legítimos, la única fuerza capaz de construir el futuro político del País Vasco a partir del camino estatutario libremente escogido por la ciudadanía vasca. El documento del lehendakari Ardanza advertía de la necesidad de partir de la situación existente y de la aceptación de las instituciones de autogobierno actuales cuya legitimidad democrática es incuestionable. Por el contrario, el documento aprobado en Lizarra no se vincula a ningún proceso constituido, sino que se postula como un hecho constituyente. Aunque se pretenda presentar como un documento situado en el espacio de la democracia y no del nacionalismo, no se sitúa en esta democracia, es decir, en la democracia tal y como se ha ido constituyendo en España y el País Vasco. ¿De verdad puede alguien creer -al margen de lo que cada uno pueda desear- que en el casting decidido en Lizarra aceptarán Francia y España verse reducidos a causantes del conflicto y meros espectadores de su resolución? Recordemos lo que acaba de ocurrir en Quebec.

En cualquier caso, queda claro quién marca la pauta en el proceso dibujado por la Declaración de Lizarra: ETA. No tanto por lo que el texto de la Declaración dice (pues no lo dice), sino por lo que muchos de sus firmantes y la mayoría de sus comentaristas han expresado: todos esperan una pronta tregua de la organización armada que valide la Declaración. Con su confusión de los planos político y violento, la Declaración de Lizarra concede a ETA el poder de definir la situación, definición en la que se verá arropada por una buena parte de los firmantes. ETA se constituye tautológicamente en el único indicador de la marcha del proceso: el proceso irá bien sólo si ETA dice que va bien. ¿Y si ETA declara próximamente una tregua? Esta Declaración tendría el efecto de un potente foco que señalará a un PP y, en menor medida, a un PSE solos en el nuevo escenario dibujado por Lizarra. Todos los firmantes de la Declaración estarán sentados en el patio de butacas. ¿Qué ocurrirá cuando se apague el foco?

He terminado de leer un fascinante libro titulado El Proyecto "Gran Simio", en el que biólogos, antropólogos y filósofos reivindican la extensión de la comunidad moral a los grandes simios de modo que todos ellos sean sujetos de derechos tales como el derecho a la vida, a la protección de la libertad individual o a un tratamiento digno y no degradante. Como los seres humanos, los chimpancés, los gorilas y los orangutanes poseen unas facultades y una vida emotiva suficientes como para justificar su inclusión en la comunidad de los iguales. Que en otros lugares se esté trabajando desde esta perspectiva mientras aquí seguimos sin saber si, después del sábado 12 de setiembre, los concejales del Partido Popular tendrán por fin garantizado su derecho a la vida, no deja de resultar trágico. No tengo ninguna duda de que una manifestación positiva e incondicionada en este sentido sería una noticia infinitamente más esperanzadora que cualquier otra declaración.

Imanol Zubero es profesor de Sociología de la Universidad del País Vasco y miembro de Gesto por la Paz.

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