Movida poética
La poesía está de moda. Un gentío de 18 personas abarrotaba el jueves el Paraninfo de la Universidad de Sevilla, donde se celebra el Encuentro de Poesía Hispánica en los Estados Unidos. La muchedumbre (18 seres no cabrían en un taxi, que es la medida de todas las cosas: los políticos-sinvergüenzas; los impuestos-altos; la vida-peor) se tragó varias disertaciones sobre El poeta en Nueva York sin pestañear. Los amantes de la lírica se asemejan a los hinchas de fútbol. Son capaces de seguir al equipo hasta los avernos. Así sorbían los 18 Magníficos filigranas verbales como que "la representación [de Lorca] trasciende la tradicional representación de estos grupos [gitanos y negros] como mera otredad", de la profesora Jacqueline Cruz. O también: "La mirada a la otredad del mundo no hegemónico juega un papel vital". Oscar Sarmiento dixit. Y dale con la otredad. Oído lo oído, la conferencia del día anterior sobre Los poetas hispanos ante la globalización y el sometimiento imperial debió entrar directamente en las listas de hit-parade. Todo ello después de que la escritora Cristina Peri Rossi advirtiera en este diario que la poesía ha sido, fundamentalmente, fálica: "Durante mucho tiempo el hombre ha escrito más. Como deseante, el hombre tiene la palabra, que tiene algo de fálico". El caso es que una, ignorante y alienada, salió barruntando que la poesía es otredad y la palabra, falo. O sea que la palabra poética debe ser algo así como el miembro de otro y lo de Clinton, poesía de tradición oral. ¡Cómo para meterse a vate! Se empieza rimando a una becaria y se acaba declamando por circuito cerrado de televisión. Menudo peligro esconde la otredad poética, vamos. Por eso es comprensible lo de los muchachos de la movida sevillana, que se niegan a versificar de madrugada entre las tristes paredes de un urinario. Las empresas del ramo, sensibles ante la querencia adolescente por todo lo asilvestrado, desaconsejan presentar proyectos para encerrar las estrofas del sábado noche. Lo malo es que la poesía, aunque está de moda, no gusta a todo el mundo. Vamos, que la otredad puede preferir deprimirse con Cumbres borrascosas o descubrir los olores de Sevilla en La piel del tambor. O sencillamente leer a Peri Rossi a su aire, sin que le asalten efluvios fálicos de extraños.
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