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Rusia y América Latina

Jorge G. Castañeda

En las últimas semanas, varios seudoanalistas norteamericanos, así como diversos mercaderes de papel latinoamericanos, han procurado presentar los acontecimientos recientes en la región con la mejor cara: insisten que al subcontinente le hubiera podido ir mucho peor en la actual crisis financiera internacional. Dicen -más o menos socarronamente- que, comparados con Asia o con Rusia, países como Argentina, Brasil, Chile y México se podrían hallar en una situación mucho más dramática de la que impera hoy en día. Es cierto, alegan, que las bolsas de valores han experimentado mermas severas, pero no se han desplomado del todo; aceptan, resignadamente, que las tasas de interés han subido, pero advierten que no se han disparado de manera estratosférica; reconocen que las monedas han sufrido embates esporádicos de los especuladores, pero aducen que no se han desmoronado; concluyen que la llamada economía real, es decir, el crecimiento económico, la inflación, etcétera, se encuentra sana y salva, si bien no en auge. Y, finalmente, los coristas de las corredurías y de los medios sostienen que la democracia latinoamericana goza de cabal salud; no se han producido ni golpes de Estado, ni revoluciones, ni motines entre Tijuana y la Patagonia.Aunque todo esto sea cierto, es también ingenuo y abstracto. Para empezar, las estadísticas mismas resultan menos categóricas de lo que sugieren estas evaluaciones optimistas. Según la siempre beata CEPAL, las economías de la región crecerán apenas un 3% este año, mucho menos que el 5% en promedio en 1997; más aun, este cálculo fue efectuado a mediados de año, antes de que se manifestaran todos los efectos para América Latina de las crisis financieras asiática y rusa. La inflación y los déficit en cuenta corriente crecen rápidamente; se hunden los precios de las materias primas exportadas por la región, desde el cobre hasta el petróleo, y ello va a sacudir las cuentas externas. Las alzas de tasas de interés internas, puestas en práctica para retener el capital especulativo, pueden desatar severas tensiones recesivas. Si a estas realidades y previsiones sumamos los verdaderos descalabros de las últimas semanas en las bolsas de valores latinoamericanas, el panorama es mucho menos halagüeño que aquel descrito por los medios y los analistas. Sólo lo favorece la comparación con otras zonas de desastre.

De hecho, existen dos razones adicionales para mostrar preocupación y escepticismo ante la capacidad del hemisferio para capear la actual tormenta. La primera también es de índole comparativa, pero desde una perspectiva diferente. La mayoría de las naciones de la región empiezan apenas a salir de un doloroso, largo y costoso proceso de reformas económicas justamente análogas a las que ahora se le quiere recomendar a Rusia y a los países de Asia. A raíz de la anterior crisis internacional en 1982 -o choque externo, como acostumbran a llamarlo los economistas-, cuando las tasas de interés reales alcanzaron niveles insólitos y una recesión estadounidense redujo drásticamente los precios de las materias primas, América Latina se hundió en lo que después se llamaría la década perdida. La consiguiente crisis de la deuda externa inauguró una larga y profunda recesión, y a su vez incentivó una serie de reformas económicas: la liberalización comercial, las privatizaciones, la apertura a las inversiones extranjeras. El objetivo era recuperar el crecimiento y lograr que la región fuera menos vulnerable ante los choques externos que habían destruido en varias ocasiones sus economías, su tejido social y sus regímenes políticos. Hacia mediados de los años noventa, la mayoría de las naciones del área habían consumado su proceso de reforma, y sólo esperaban cosechar los frutos de sus esfuerzos.

El sentido de dichos esfuerzos radicaba precisamente en poder resistir al tipo de turbulencia que ahora azota a la región, y poder también seguir por el camino del crecimiento y del bienestar al margen de los acontecimientos en el resto del mundo, o en todo caso sólo sufriendo daños menores. Si ahora resulta que, a pesar del enorme costo y dolor infligidos a los pueblos de América Latina desde 1992 sólo habrá diferencias de grado entre los choques anteriores y el actual, difícilmente habrá valido la pena. La crisis asiática con la que empezó el caos actual aún no cumple año; es demasiado pronto para conocer a ciencia cierta el costo para América Latina. Pero el riesgo de verse afectada igual que antes crece día a día.

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En segundo lugar, la lógica principal de las reformas fomentadas durante los últimos 15 años consistió en la creación de un amplio y competitivo sector exportador de productos no tradicionales: autopartes, flores y frutas, entre otros. En lugar del desarrollo "hacia dentro" del medio siglo anterior, ahora América Latina iba a prosperar gracias a sus ventajas comparativas, a la inversión extranjera y a la apertura de mercados foráneos. Y, en efecto, en muchos países las reformas arrojaron un cierto éxito. Pero ahora se enfrentan a la madre de todos los retos: contender con una recesión real en Asia y con una recesión hipotética, pero cada día más probable, en Estados Unidos. Países tales como Chile, Perú y Brasil han ampliado sus ventas en Asia; las exportaciones mexicanas a Estados Unidos se encuentran en pleno auge. Pero ¿qué sucederá ahora si se desploma la demanda en estos mercados de exportación, así como ha sucedido en Asia, o si se reduce de manera significativa como puede acontecer en Estados Unidos? Las cuentas externas de países como Brasil, Chile y México ¿se verán nuevamente devastadas por una recesión mundial, al igual o más que antes? Las finanzas públicas de Gobiernos como el chileno, el venezolano y el mexicano, ¿se verán quebrantadas por el colapso en el precio del petróleo y el cobre, tal y como ocurrió en los años ochenta, y mucho más drásticamente en los años treinta? En una palabra: ¿América Latina realmente es hoy menos vulnerable a las recesiones del mundo industrializado que antes, o no hay nada nuevo bajo el sol en la región?

Por último, la historia política también cuenta. La democracia representativa no surgió en América Latina a mediados del decenio anterior, piensen lo que hayan pensado Ronald Reagan y uno que otro estudiante estadounidense de posgrado disfrazado de corresponsal extranjero o de analista de las corredurías de Wall Street. Las crisis económicas en América Latina se han visto acompañadas de golpes de Estado, de revoluciones, de conflictos sociales y de violencia desde tiempos inmemoriables, y en particular a lo largo del siglo XX. Tal vez ahora las cosas sí cambiaron, y la estabilidad política no se verá mermada por el desorden económico y financiero. Y tal vez no; la paciencia, antes de llegar a una conclusión definitiva, es a la vez una virtud duradera y un buen consejo en nuestras latitudes meridionales.

Jorge G. Castañeda es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de México.

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