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El resultadista sin resultados

La derrota frente a Chipre cierra un balance decepcionante en el juego, las cifras y la imagen

Santiago Segurola

De frente al clamor popular, asediado por todos los costados, Clemente dice que no dimite. También lo dijo dos meses atrás, en Lens, una hora después de la eliminación de la Copa del Mundo: "No he pensado en dimitir. Dimitir me parece indigno. Dimitir es derrotarte a sí mismo". El problema es que Clemente no explica porqué no piensa dimitir, por qué la dimisión es indigna y por qué es una insuperable derrota personal.Resulta extraño que Clemente no encuentre razones para abandonar su cargo. Aunque el seleccionador prefiere moverse en el ruido y es poco partidario del análisis sereno, en ocasiones ha deslizado alguna opinión reveladora de su ideario.

En sus momentos de apogeo, el seleccionador ha hablado del fútbol en términos simplistas pero contundentes. "El único espectáculo es la victoria" o "sólo cuenta el resultado". Es una manera como otra cualquiera de interpretar el fútbol y sus consecuencias. El problema es la falta de memoria de los resultadistas cuando los resultados no les favorecen.

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Un lugar común en el fútbol español es la eficacia de Clemente en la selección. Si nunca se ha pasado de los cuartos de final de las grandes competiciones, pelillos a la mar. Basta con decir que los grandes números benefician al seleccionador. Es cierto que durante la era Clemente España sólo ha perdido seis de los 62 partidos que ha jugado, un 9,6%. El balance completo puede parecer irreprochable: 36 victorias (58%) y 20 empates (32%). Pero estos números enmascaran las cifras de verdad, las que ubican a cada equipo en la escala jerárquica del fútbol.

En primer lugar, la selección española no ha ganado ninguna gran competición, ni ha estado cerca de conseguirlo. Dirá Clemente que España no ha sido un equipo muy fértil en títulos, pero incluso en este aspecto los antecedentes le comprometen. En 1964, España ganó la Eurocopa con José Villalonga. Dos años después cayó eliminada en la primera ronda del Mundial de Inglaterra. En su grupo estaban Argentina y Alemania, pero eso no salvó a Villalonga, que fue destituido por la mala actuación del equipo.

En 1992, España ganó la medalla de oro en los Juegos de Barcelona. El seleccionador en aquellos días era Vicente Miera. El éxito le resultó inservible. España no había alcanzado la fase final de la Eurocopa del 92 y la Federación decidió no renovarle el contrato. Es decir, los dos entrenadores con mayores éxitos fueron víctimas de algunos malos resultados.

Con estos antecedentes, el seleccionador actual no está en condiciones de esgrimir los grandes números, porque los verdaderos números le perjudican. A él, el gran defensor del resultadismo. Bajo su mandato, España ha cumplido un papel marginal en las competiciones más importantes. Hay una desproporción demasiado considerable entre el presitigio del fútbol español y los resultados de su selección. Su producción en las fases finales de la Copa del Mundo y de la Eurocopa ha sido deprimente. De los 12 partidos que ha disputado en los Mundiales 94 y 98 y en la Eurocopa 96, España ha sido incapaz de sumar el 50% de los puntos. Cuatro victorias (Bolivia, Suiza, Rumania y Bulgaria), cinco empates (Corea del Sur, Alemania, Bulgaria, Francia y Paraguay) y tres derrotas (Italia, Inglaterra y Nigeria). 17 puntos sobre 36 posibles : el 47%. Con estas cifras, el balance de España durante la dirección de Clemente ha resultado pobrísimo.

No sólo las grandes competiciones han sido un pozo para la selección. La mayoría de los éxitos se han producido (y casi todos en España) frente a rivales irrelevantes o potencias medias en el orden futbolístico mundial. En este periodo sólo se han logrado victorias meritorias frente a Inglaterra y Argentina, por citar a dos equipos de gran tradición.

Si lo único que le importa a Clemente son los resultados, ahí tiene una excelente respuesta para presentar su dimisión. Sería por una cuestión de coherencia, por fidelidad a sus ideas, por dignidad.

El ciclo de Clemente debió terminar en el Mundial de Francia. Allí le fallaron definitivamente los números, por situarnos en el plano que quiere el seleccionador. La derrota frente a Chipre completa el círculo y funciona a modo de recordatorio. Es una catástrofe con un altísimo contenido simbólico: si los fracasos en las grandes competiciones no sirven para animarle a la dimisión, ahí viene un equipo de aficionados para certificar la defunción de una era. Clemente no sólo es reprochable por su condición de disolvente social, por hacer detestable el fútbol, por convertir a la selección en una pandilla. Clemente falla desde la base: vive de los resultados y los resultados le rechazan.

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