Bolín, los infortunios de la virtud
S i no se le hubiesen cruzado un par de accidentes, posiblemente Enrique Bolín Pérez-Argemí habría podido ser alcalde de Benalmádena de por vida. El primero se produjo en aguas de Gibraltar, cuando su yate chocó levemente contra otro, lo que le convirtió en objeto de la curiosidad policial. Cuando ya se había repuesto de las consecuencias de aquello, ahora Bolín tiene muchas posibilidades de verse arrollado por el PP, su antiguo partido, en su viaje al centro de la política. El apellido Bolín es uno de los que más se repite en el medio siglo de historia de la Costa del Sol. Su padre, Enrique Bolín Bidwell, fue el creador en la inmediata posguerra del hotel La Roca de Torremolinos. Su tío Luis -que cuando era corresponsal de Abc en Londres contrató el vuelo del Dragon Rapide que trajo a Franco desde Canarias para iniciar su rebelión- fue nombrado por el dictador, en plena guerra, director general de Turismo. Enrique Bolín Pérez-Argemí contaba a su favor con estos antecedentes familiares cuando el gobierno de Franco le nombra alcalde de Benalmádena en 1966. Entonces, sólo tenía 26 años. Benalmádena más que un pueblo era apenas una realidad administrativa. Nadie se acordaba de este punto situado entre Fuengirola y Torremolinos, pueblos que ya entonces conocían los inicios del turismo masivo. Cuando el joven Bolín llega a Benalmádena, el pueblo no tenía alumbrado ni agua corriente y sólo contaba con una calle asfaltada. Con Bolín llegaron las farolas, el asfalto y los grifos. Y también los horrorosos bloques de apartamentos que entonces construía en las orillas de Málaga y Alicante la empresa Sofico, el último y mayor fraude inmobiliario del agonizante franquismo. Benalmádena y el patrimonio de su alcalde fueron creciendo a un ritmo más o menos parejo. En 1974, Bolín dimite por discrepancias con el gobernador civil, que era quien durante el franquismo designaba a los alcaldes de los pueblos. Ambos no se ponían de acuerdo sobre el proyecto de puerto deportivo que finalmente se terminaría construyendo. Cinco años después, tras las primeras elecciones democráticas, Bolín vuelve a la alcaldía. Esta vez, por las urnas y encabezando una candidatura independiente. Más tarde, entra en Alianza Popular (hoy, PP), gana un escaño en el Senado y pierde las siguientes elecciones municipales. Bolín sigue con sus negocios y con su puesto de concejal. Poco se acordaban ya de él cuando, en el verano de 1989, su yate choca contra otro en Gibraltar, la policía de la colonia británica sube a bordo a curiosear y encuentra 28 gramos de cocaína, algo de hachis, unos videos pornográficos de asunto gay -lo que es ilegal en Gibraltar- y la compañía de tres chicos jóvenes, alguno menor de edad. Poco acostumbrado quizá a dar explicaciones, Bolín balbucea excusas. La coca, dice, se la habían recetado "diez o doce médicos" para superar el estrés que le provocaban los problemas financieros. Su partido le expulsa y un portavoz aprovecha la ocasión para decir que casi no pisaba el Senado. Los archivos del Parlamento registran la escasa actividad del senador Bolín. Curiosamente, sólo se recuerda una pregunta parlamentaria hecha por él tres meses antes del choque de su yate en la que denuncia la escasa vigilancia sobre unas plantaciones de opiáceas para uso médico existentes en la provincia de Málaga e interroga al Gobierno sobre la extensión de estas plantaciones, su uso industrial y su importancia dentro del sector agrario y de transformación. Después de tres semanas en la cárcel del Peñón, Bolín reaparece con un rosario en el cuello que dice le ha regalado el capellán de la cárcel, se queja de lo que considera ingratitud de su partido y anuncia que piensa volver a la política. Seis años después, Bolín es otra vez alcalde de Benalmádena. Para ello crea las siglas GIB (Grupo Independiente de Benalmádena), que se parecen algo a las del GIL y, sarcásticamente, es la abreviatura más común del topónimo Gibraltar. Para entonces, sus finanzas se encontraban seriamente tocadas. O, por decirlo de una manera más cruda, estaba completamente arruinado: no puede responder a deudas que superan los 1.400 millones de pesetas. Ni siquiera es dueño ya de su propia casa, que fue adquirida en subasta por un empresario agradecido que se la dejó en usufructo de por vida. Durante dos años, Bolín -que está en minoría- gobierna con el apoyo de su antiguo partido, que también apoya al GIL en la Mancomunidad de Municipios de la Costa del Sol. Y así podría haber continuado durante mucho tiempo si en la vida de Bolín no se cruza otro accidente: el PP decide poner rumbo al centro y esta deriva amenaza con arrollarlo. Sus antiguos aliados y compañeros de partido le acusan de corrupción, se preguntan cómo ha logrado saldar sus deudas en tres años sin contar con otros ingresos que su sueldo de alcalde -que, además, tiene parcialmente embargado- y le denuncian ante la Fiscalía. Esta vez las respuestas de Bolín son más coherentes que cuando le pillaron con 28 gramos de coca: las deudas, dice, las ha pagado con su propio patrimonio. Con el tiempo ha aprendido a defenderse.
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